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miércoles, 9 de noviembre de 2011

Filosofía de Butaca #2 - Descorche de taquilla

Prefacio
No me disculparé más; aunque pensándolo bien, entradas a razón mensual no parecen demasiado terribles. Los dejo pues con la de noviembre.

Descorche de taquilla

Tenemos todos que aceptar que la mayoría de las veces en que algo nos parece ridículo e irrelevante es más bien por ignorancia, o al menos por indiferencia, que por obra del buen juicio. Un ejemplo: pocas cosas me parecen tan apabullantemente ridículas como la cata de vinos; no el gusto por los buenos vinos, o la capacidad de diferenciar un buen vino de uno malo. Me refiero al ritual catatónico de la degustación de vinos, en las que he escuchado descripciones como “audaz” o “atrevido” ¡Cómo diablos va a ser audaz un vino! Sin mencionar que la mayoría de las personas que he observado descifrando cosechas y regiones con la nariz se conforma, a mi recatado parecer, por petulantes ricachones.
                No obstante, admito abiertamente que este punto de vista no lo baso en argumentos clínicos ni filosóficos; simplemente nunca me ha parecido interesante o relevante esta práctica, como no me interesan tampoco las carreras de caballos o los resultados de los certámenes internacionales de belleza (sólo los resultados; el proceso no me es del todo indiferente). Pero seguramente si contara con algo de conocimiento en las áreas que componen estas disciplinas o estuviera de alguna manera involucrado en ellas, me resultarían bastante más dignas de interés; habría, por ejemplo, agregado al listado anterior el mundo de las tendencias en moda, pero The Devil wears Prada me proporcionó una perspectiva similar a la que no he experimentado con el resto de las materias mencionadas.

Mmm... quizá algo así avivaría un poco el interés.

                Traigo el tema a discusión en esta su columna de cine, porque hay una práctica en la cultura cinéfila que, me parece, recibe este tipo de trato de parte de la mayoría: la crítica de cine. Como se ha hecho notar con anterioridad, el espectador común no regula en ninguna medida mayor a su gusto por un actor o un género las películas que ve cada vez que acude al cine, llegando al punto de presentarse en la taquilla sin haber pensado siquiera cuál quiere ver. No juzgaré (de nuevo) esta actitud, incluso le daré el beneficio de asumir, momentáneamente, que el cine tiene como principal función entretener y alejarnos de la vida cotidiana. Pero aún si lo único que se requiere es un relajante periodo de desmentalización, nunca está de más un poco de información previa sobre lo que vamos a ver; después de todo, uno no va al peluquero sin pensar antes si quiere sólo un despunte o una revolución total de look, ni decide entrar a un restaurante italiano y luego se pregunta por qué no hay sushi en el menú.
               Y aún con todo lo anterior, el grueso de la población decide ignorar, si no menospreciar, la opinión de la crítica especializada, creyendo que es un montón de ultraderechistas del cine, o de presuntuosos sabelotodos que no se conforman si cada película no es exactamente como la esperan; y aunque admito que por desgracia hay demasiados habladores que refuerzan este molde, una actitud más sensata sería creer que seguramente saben más del tema que la mayoría, y que su perspectiva, más informada que la propia, debería ser tomada en cuenta. Sí, los catadores de vino son unos engreídos cuya mayor preocupación será decidir en cuál ojo se pondrán el monóculo cada noche, pero seguramente saben mucho más de vino que yo, que en realidad no tolero las menores concentraciones de alcohol, y si por alguna razón me encuentro con una copa que ellos hayan recomendado, tendré un punto de partida para pensar que un sorbo de ella será considerablemente mejor que el vino empacado en TetraPack.
                Además, la imagen del crítico huraño pasado de peso por tanto estar sentado y por tanto quejarse de cada película que no es una emulación íntegra de Citizen Kane se ha convertido en un paradigma ya casi falto de todo valor. Para el verdadero bien de toda la comunidad, la crítica cinematográfica ha migrado de la postura ultraconservadora a una que entiende que, de hecho, la función del cine no es únicamente entretener, sino entender distintos círculos sociales, distintas formas de pensamiento, distintas estéticas y culturas a las que distintas películas se dirigen o de las cuales se expresan. Existen perspectivas críticas que entienden los puntos dignos de valoración tanto del cine de autor como de los filmes de grindhouse¸ de los festivales internacionales como de los maratones de clásicos de la ciencia ficción. La crítica entiende a los diferentes públicos y las películas que apelan a cada uno, precisamente porque dicha crítica mana del conocimiento que se ha colectado con el tiempo en cada uno de estos nichos; y las más inteligentes y visionarias deshacen incluso estas últimas líneas, encontrando los puntos de comparación entre las propuestas más aparentemente disímiles. La crítica, la buena crítica, que hay que aprender a reconocer, enriquece la experiencia de todos los espectadores, tanto de los que no dejan de perseguir cada corte en la edición, como la de los que no recuerdan bien el nombre del actor principal.
                Por mi parte, la próxima vez que brinde con un Marqués de Griñón 1999 (que no será demasiado pronto, de cualquier manera) y lo disfrute, pensaré que si me resulta más estructurado y potente en la boca que uno más aromático y sutil, sabré a quien agradecerle la experiencia.
                Más estructurado… ¡qué diantres!

martes, 4 de octubre de 2011

Filosofía de Butaca #1 - Cinéfilos y cinéptas

Prefacio:

¡Ah, caray! Un mes sin entradas. Sí que me hace falta más ocio. ¿Y lo peor? Esta entrada es invitada. El invitado de ahora... de hecho soy yo, pero con una colaboración externa, escrita con fines algo distintos a los de blog, aunque con un tema hermano, el cine. Seguramente notarán el tono bastante menos soez de este artículo, pero lo añado para no dejar al blog tan solito, y porque el asunto que trata es más que pertinente.
       Sín más, los dejo con la primera sesión de Filosofía de Butaca.

Cinéfilos y Cinépatas


Bien, lectores y degustadores de cine y de la cháchara filosófica, sean bienvenidos a Filosofía de Butaca, en donde estaremos hablando de cine; particularmente, hablaremos y pensaremos sobre la experiencia del espectador desde la butaca, no sólo, y de hecho en la menor medida, de películas en particular, sino de todos los elementos que se involucran en el delicioso, relajante, excitante, catártico, abrumante, desgastante y a veces confuso arte de la apreciación cinematográfica. Si se encontraron con el artículo anterior, seguramente ya tienen una buena idea de nuestra dinámica.
                Tratemos en esta ocasión una cuestión, me parece, bien emblemática de esta experiencia, pese al hecho de que muy pocas veces pasa por la mente de quienes tenemos la costumbre de presentarnos con regular frecuencia en las taquillas.
              El asunto es el siguiente: existen dos clases de personas que asisten a las salas, aquellas a quienes les gusta el Cine (mayúscula deliberada), y aquellas a las que les gusta ir al cine. Los primeros se caracterizan por tener, en general, y no necesariamente de carácter sobre-especializado, un conocimiento cinematográfico amplio, actores, directores, géneros y demás datos básicos acerca del pasatiempo que tanto disfrutan. Y créanme cuando digo que no me refiero exclusivamente a algunos de los gurús de la cinematografía de los que seguramente conocen uno o dos, de esos que enlistan la filmografía entera de los cineastas de culto, o señalan las características clínicas de los parteaguas de uno u otro género, pues no cualquiera tiene la oportunidad de adentrarse en este, por desgracia, no tan amplio sector; se trata simplemente de la responsabilidad y privilegio personal de disfrutar lo que se ve en el cine, siguiendo exclusivamente el gusto propio, sin repetir hipócritamente lo que algún crítico de pantalla diga, o alabar cintas clásicas que de plano no pudieron soportar hasta el final. A esta variedad de individuos los llamaremos cinéfilos.
                El otro sector de la población peliculera se conforma por personas algo menos comprometidas con la producción fílmica, de gusto que no llamaré inferior, pero sí menos identificado, que decide qué película quiere ver no al momento de escuchar sobre la fecha de su estreno o de enterarse espontáneamente de alguna reseña, sino en el momento de escanear la cartelera a metros de la ventanilla de los boletos. Personas que tienen la costumbre, evolucionada a veces en compulsión patológica, de asistir cada miércoles o cada sábado a su sala de proyección favorita, sin importar la naturaleza de su oferta, porque, caray, lo que no faltará serán películas que ver. En el más informado de los casos, escogerán su película por los actores que aparecen en ella, que los buenos cinéfilos sabrán, no es tan mala idea de vez en cuando, pero los actores no indican por ellos mismo la calidad de las películas en las que aparecen (“I’m looking at you, Johnny Depp”). A este bastante más amplio círculo me gusta llamar cinépatas, porque para ellos el cine es más impulso que gusto.

"Ahhh... miércoles... miércoles de 2x1... ahhhh..."

                Pese a la aspereza de la última afirmación, no creo, en principio, que la segunda postura sea esencialmente mala o peor que la primera, o que hubiera que evitarla en favor de la contraria. Creo que el cine, como toda forma particular de manifestación artística, no tiene que acaparar la atención o el gusto absoluto de quien quiera disfrutarlo de forma ocasional. Yo por ejemplo, no soy ningún experto sabedor de pintura, no conozco muchos más nombres que los clásicos o los muy publicitados, no sé reconocer en su entera constitución sus elementos formales, perspectiva, iluminación, tendencia, etc., como sí podría hacerlo con la fotografía, el guión o la edición; no son de ninguna manera limitantes estos aspectos de mi formación (o falta de ella) para asistir a una muestra o galería, aunque no sepa bien realmente a lo que me enfrento, y no dejo de gozar una experiencia como ésta, como no debieran dejar de disfrutar un película los aficionados casuales.
                El problema es que el cine, como medio, es fundamento de la percepción estética de la sociedad actual. En términos más bondadosos: todos vemos cine, no es nuestra elección preferir al cine como uno de nuestros pasamientos predilectos; es pasatiempo predilecto de todos, aún de quienes no les gusta realmente, de quienes no lo aprecian en su totalidad, que, reitero, no es por inmadurez o irresponsabilidad (al menos no en muchos de los casos), sino por el más puro gusto particular, individual. Nuestro contexto cultural no ofrece alternativas artísticas para que quienes no se interesen naturalmente por los filmes, pudieran hacerlo por la arquitectura, la fotografía, el teatro, o ya por lo menos por formas de cine distintas a las de la oferta convencional, tema seguro para otra sesión de filosofía butaquera.
                Por lo pronto, y para terminar de una buena vez, los dejo con esta reflexión: el cine es para disfrutarse, por quienes lo quieran disfrutar, por todos, pero no pretendamos que todos deban ser expertos analistas, ni que todos debamos de dejar de tomarlo tan en serio; espacio y oídos hay para todos. Pero sí recomiendo que no se conviertan en cinépatas, no se acostumbren a ir al cine, gócenlo, y si no tienen ganas de cine, hay muchas otras experiencias por descubrir; si se dan la oportunidad, seguramente expandirán los límites de todas las áreas de su vida, y cuando regresen a las salas, los esperaré junto a mi butaca.

jueves, 8 de septiembre de 2011

En los Ocios de mi Padre #5 - LOL ^_^… ¬¬ … ;-)

Prefacio:
Pues al fin les cumplí aquello de la frecuencia irregular. Por desgracia, ese será el ritmo de las actualizaciones, por lo menos durante el futuro perceptible, pues mis actuales ocupaciones demandan muchísimo de mi tiempo… y esa es una excelente razón para seguir pensando y hablado sobre el ocio, que tanta falta nos hace.
                Aprovecho este momento para invitarlos a aportar material invitado, el cual recibiré y publicaré con mucho gusto para no dejar tan abandonado este espacio. Sin más pues, a por el tema de esta ocasión.

El asunto que abordaré ahora, tendré que admitirlo, es uno en el que soy un verdadero neófito, o al menos, más bien un aficionado que un buen sabedor; y un aficionado muy reciente, para consolidar mi inexperiencia. Es la Internet. Pero tengo una excusa bastante buena, me parece, y es que el mundo mismo a penas comienza a sacarle provecho a esto de la hipercomunicación y el espacio informático infinito.
                ¿Mi postura frente al fenómeno emblema de la generación del sigo XXI? ¡Me encanta! De verdad creo, desde el más recóndito rincón de mi interior, que gracias a la Internet pasamos por la mejor época de florecimiento cultural que la humanidad haya atravesado jamás; en palabras del amigo de un amigo: la Internet permite a cualquiera ser un hombre del Renacimiento. Piensen en la maravilla de esta afirmación: todo el conocimiento, el intelecto, la creatividad y los productos de esta creatividad colectados y al alcance del menor esfuerzo de investigación. Aunque tal sentencia no sea (aún) completamente cierta, lo que le falta es en realidad muy poco, poco que será asimilado irremediablemente conforme la cultura de la información absorbe al resto de la cultura (pensamiento de apariencia apocalíptica, pero conforme el conservadurismo exacerbado se le va descamando a uno de la piel, es más fácil de digerir y aceptar con gusto). ¿Qué habría significado hacer una afirmación como ésta, no digamos hace 100 o 200, hace 20 años, a un pasante de doctorado, a un reportero, a un historiador o a un artista? ¿Toda la información del mundo desde una misma fuente, una titánica base de datos que hable al mismo tiempo de medicina, geografía, pintura, cine, mecánica y turismo? Quizá nosotros mismo no nos damos cuenta de la magnitud de ello, viviendo inmersos en ella todos los días, pero lo cierto es que viendo el cuadro desde la perspectiva adecuada, tenemos una de las ventajas más provechosas y aprovechables de la historia de la humanidad consciente. Y cabe mencionar que éste es sólo un solo aspecto de la Red, el aspecto del acceso a la información, pero cualquiera de los más improductivos usuarios de Facebook diría que gran parte del encanto de la Internet no es lo que le sacamos sino lo que le metemos, que no todo es aportación.
                No obstante, el motivo para sacar del archivo este tema y no otro de los muchos que están aún pendientes es una nota que vi en un noticiero, y que por desgracia no he podido corroborar (qué mal, Internet, yo hablando tan bien de ti…), que dice que aquí en México tenemos el primer lugar internacional de consumo de ocio por Internet: 80% del tiempo que cada mexicano promedio ocupa conectado a la Red se dedica actividades de ocio. ¿Pero que maravilla, no? Que los mexicanos usemos Internet para desarrollar nuestro intelecto, reflexionar, disfrutar formas de expresión creativa y aprender sobre temas diversos a través del portal mágico a la información universal, suena bastante bien; 80% quizá sea mucho, pero bueno, al menos no lo usan para perder el tiempo por no tener nada… Un momento… se refiere a esa otra definición de ocio, de la que hablamos la otra vez aquí y de la cual nos queremos deshacer por incorrecta y perniciosa, esa definición de ocio… Con una…
                Pues sí, los mexicanos usamos la Internet para perder el tiempo; más precisamente, la mayor parte este tiempo se usa en revisar cuentas de redes sociales, ver videos y comunicarse mediante servicios de mensajería instantánea como MSN Messenger. Personalmente, creo que por sí mismas, en teoría, estas actividades son mucho más valiosas de lo que se perciben ­–la mensajería instantánea en menor medida, pues no es más que un medio bastante informal, pero tiene sus ventajas.
                No obstante, el uso práctico de estas alternativas es mucho menos que loable. Las redes sociales, Facebook en particular, no se usan para mucho más que para la mejor definición que haya experimentado alguna vez de perder el tiempo; en realidad la gente hace absolutamente nada en el tiempo que invierte en las redes social, desde publicar estados como “Me duelen los pies” o “Se me atoró un cacho de elote en los dientes” (con mucho peor ortografía, claro) hasta etiquetar con 20 nombres las 200 fotos que las chicas de secundaria se toman en los espejos de los baños, el mismo día, en la misma sesión fotográfica. Ver videos en youtube, por otra parte, no se aparta de ver alguna de las 50 distintas iteraciones y remixes del más reciente percance entre el ser humano y el alcohol captado por alguna cámara sin mejores objetivos; el FUA es el más reciente, o al menos es el último del que he tenido noticia.
                Tanto la percepción que describí al principio como el uso enervante e improductivo de la Internet no son demasiado reveladores en ellos mismos, pero comparadas, definitivamente hacen surgir la reflexión sobre cómo y por qué razón una fuente tan maravillosa como es la Red puede desaprovecharse de manera tan absurda, y… bueno, de hecho ese es el propósito de esta entrada, despertar esa reflexión y movilizar una solución.
            Y no se trata de ninguna manera de reprender a cualquiera que no está descubriendo los pormenores de las invasiones sarracenas o leyendo columnas editoriales de alcance internacional por seguir la cuenta de Twitter de los chistes de Ninel Conde. El tema aquí es que la Internet ha desarrollado su propio lenguaje de entretenimiento y contenido, y existen opciones valiosísimas que únicamente se encuentran en línea: historietas y animaciones flash, cortometrajes, series cómico-documentales, documentales tradicionales sobre temas no tanto, pintura y arte gráfico, incluso literatura independiente (caso al que estoy particularmente afiliado con una página que auspicio y que al rato les presumo), todo con un tono que se va consolidando cada vez más y de manera más contundente, que además impacta a otros medios y que más pronto que tarde dejará de escapar de las serias miradas académicas que tanta falta le hacen. Existen, por supuesto, los miles y miles de sitios dedicados a todos los temas que interesan a cualquiera, desde la cartelera hollywoodense de la semana hasta los últimos avances en la clandestina ciencia fringe, así que absolutamente nadie tiene excusa para no aventarse un chapuzón, o de perdida refrescarse en algún chapoteadero.
                Y empezar es de lo más sencillo, basta con googlear (falta hablar también del bonito vocabulario webero) la palabra y el tema que nos interese y comenzar a profundizar; pero si quieren algo más específico, les recomiendo páginas como StumbleUpon, que los manda directamente a contenidos relacionados con los temas que les interesen. Les recomiendo también checarse un programa de ForoTV que trata precisamente sobre contenido interesante en Internet, Fractal, que si no los convence, al menos se echan un buen taco con la guapa que anuncia los sitios.
                Ufff… vaya que faltan cosas por comentar, pues como ven, esto de la Amplia Red Mundial me tiene embelesado, pero no es para menos. Bástenos ahora reflexionar, y si ya lo habíamos hecho, hacer reflexionar a otros sobre el potencial que tiene para nuestro provecho intelectual y recreativo. Nos leeremos en la próxima, acá en los Ocios de mi Padre.

Les dejo links a Stumble y a PublicaLibre, la página de publicación literaria que estoy apoyando, en la cual además pueden publicar sus propios trabajos, y pueden además contratar el servicio de corrección de redacción y estilo:

martes, 23 de agosto de 2011

En los Ocios de mi Padre - Entrada Invitada

Bienvenidos a la primera de lo que espero sean más entradas de autores invitados. En esta ocasión, el joven Josué Peniche, a quien nombro abiertamente por no haberme pedido que guarde su anonimato. 


Keep it in the family
Por: Josué Peniche Arellano

Si es usted uno de esos cinéfilos que tienden a realizar críticas prejuiciosas o sencillamente no tienen tiempo para ver lo que denominan “mal cine”, amablemente le digo: puede usted olvidarse de esta reseña y utilizar su valioso tiempo en cosas “más productivas” que esta humilde opinión. Empero, si pertenece usted a un grupo aún más selecto, que sin duda también aprecia profundamente el séptimo arte, y de vez en cuando decide darle una oportunidad a cierto filme a pesar de no lucir prometedor, con gozo le invito a continuar su lectura.
En esta ocasión comparto las notas mentales que dejó en mí una comedia romántica –sí, leyó usted bien: comedia romántica– que sin duda alguna reafirma la idea de que no todo está perdido. Si bien Life Magazine le ha llamado el hombre más cómico, Steve Carell puede no ser santo de su devoción, mas ahora no hablaremos de Steve; sino de su personaje: Cal, un hombre cuyo matrimonio termina tan súbitamente como el acto de lanzarse de un auto en movimiento cuando su esposa Emily (Julianne Moore) sigue intentando explicar las razones de su decisión.
Baste decir que verdaderamente se trata de una comedia bien hecha y que honestamente le invito a ver en el cine de su preferencia, para incluir la presencia de Ryan Gosling, quien interpreta a Jacob: Naturalmente, si está usted familiarizado con Gosling, sabrá ya que interpreta al “todo conocedor” hombre-seductor que iniciará a Cal en el arte de la conquista; pero no sólo eso, pues su protagonismo en la historia será aún mayor cuando efectivamente, su papel se apegue a uno de los más conocidos clichés y encuentre a la chica que con la que desea sentar cabeza (Dama: Favor de omitir la siguiente línea. Varón: haga caso omiso a ese pensamiento en doble sentido). Y sí, “curiosamente” Jacob y Cal tienen en común más de lo que imaginan.
Y si aún se sigue preguntando ¿por qué debo de ver una comedia igual a las demás? Puedo responderle que debe verla sencillamente porque no es igual a las demás. Construida básicamente sobre tres escenarios, expone no sólo la conocida metamorfosis de un perdedor que desea recuperar el amor de su esposa, sino la visión de este mismo sentimiento por parte de Robbie (Jonah Bobo) el hijo de Cal, y su niñera Jessica (Analeigh Tipton). Y si acaso observar las vicisitudes que suponen el enamoramiento de un hijo adolescente hacia su niñera, que a su vez desea profundamente hacerse notar con el padre del chico; puede agregar a este cocktail las repentinas apariciones de Kevin Bacon interpretando al culpable del divorcio de Cal y aún más, el modo inesperado en que la vida de cierta jovencita (Emma Stone) llega a formar parte de una avalancha cómica muy bien construida.
Ahora bien, sabe usted perfectamente que la mayoría de estas películas terminarán con un final feliz, pero vamos, la sociedad actual demanda un poco de fantasía y grita por esperanza; y por más falsa que sea la esperanza, este elemento básico en el género no arruina en ningún sentido la experiencia fílmica, al contrario, le deja un buen sabor de boca y le permite abandonar la sala sabiendo no que el amor siempre triunfa –no, por favor, no sea tan ingenuo–, sino que no todas las comedias románticas son escritas con los pies, y filmadas con… Bueno, el punto acá es que ciertamente no todo está perdido, e indiscutiblemente observar los problemas ajenos será siempre más divertido que vivir los propios.
Así que a pesar de no obtener ninguna especie de comisión por parte de “la Warner”, le invito una vez más a disfrutar de Crazy, Stupid, Love, cuyo nombre omití intencionalmente por si quizá alguno de esos cinéfilos “esnobistas” –como cierto amigo les llama– curiosamente se aventuraba en esta lectura. Y como bien enseña Jacob: Be better than the GAP!.


Crazy, Stupid, Love (2011)
Director: Glenn Ficarra, John Requa
Guión: Dan Fogelman
Cal: Steve Carell
Jacob: Ryan Gosling
Emily: Julianne Moore
Hannah: Emma Stone
Jessica: Analeigh Tipton
Robbie: Jonah Bobo


Bien, espero que hayan disfrutado de esta crítica, muy ad hoc con lo que ya habíamos platicado acá sobre el Cine de arte y el Cine convencional. Aprovecho para hacer un par de recomendaciones del tan tristemente mal afamado género de la comedia romántica (es que hay algunas que se lo ganan a pecho, ¡me cai!):
*Breakfast at Tiffanie's
*How to loose a guy in 10 days
*Someone's gotta give (Es larguéeeeerrima, pero se soporta por tan buen reparto y tan buenos diálogos)
*Music and Lyrics.
*Pretty woman.
*Amelie
*500 days of summer.
*Y mi eterna favorita, aunque de hecho yo mismo no creo que quepa en este género, más bien a penas lo rosa, pero normalmente se cuela en listas de este tipo, y simplemente no podría dejar de recomendar: The Devil wears Prada.
-Por ahí me han dicho que "No strings attached" con Natalie Portman y Ashton Kutcher no está nada mal, habrá que comprobarlo.

Aprovecho también para invitar a una nueva dinámica de comentarios, inspirada por esta entrada, y que espero sirva para que se animen a comentar muchos más que los que hasta ahora. Simplemente, además de los comentarios clásicos de opinión o felicitaciones (o quejas, que también para eso están), hagan sus propias recomendaciones sobre películas, libros, música, juegos y de lo que quieran que ayuden a ilustrar y comprender mejor cada tema que abordemos.

Les dejo la página de Facebook nuevamente para que se enlisten, y nos leemos la próxima.

lunes, 15 de agosto de 2011

En los Ocios de mi Padre #4 - El mal negocio de la lectura.


La lectura es un mal negocio. Esta aseveración no debería causarle extrañeza, en primera instancia, a cualquiera, tanto a los asiduos lectores como a quienes el texto impreso les provoca salpullido; leer es un mal negocio: ocupa mucho tiempo, requiere de una gran concentración y esfuerzo mental, incluso físico, y la inversión que requiere quizá sea muchísimo mayor al provecho material que pueda obtenerse en retribución, al menos en el plazo inmediato. ¡Por qué diantres nos quieren endilgar entonces a todos el negocio de la lectura!
              Así es, la entrada de esta ocasión tratará de explicar, en la medida del entendimiento de su humilde autor, por qué la estrategia hasta ahora generalizada de inculcar el hábito de la lectura da tan, pero tan malos resultados.
              Antes de otra cosa, primero cabe muy bien aclarar que por negocio de la lectura no me refiero a la industria editorial, ni al trabajo de publicación de los autores. Diría (y los tendría ya a todos muy mal acostumbrados) que esos serían tema para otra entrada, sin embargo, ellos pertenecen al ámbito de los negocios per se, y ese, claramente, no es el tema de este blog. De hecho, hay que diferenciar de una buena vez que cuando aquí hablemos sobre el negocio, no hablaremos de lo que se infiere comúnmente por tal, la industria, los servicios de carácter económico y la mercadotecnia, sino de todo aquello que representa el contraste del ocio; es decir, el negocio es toda aquella actividad que realizamos como servicio a los demás, o como servicio a nosotros mismos, cuya finalidad es cubrir las necesidades de nuestra forma de vida, tanto las básicas y fisiológicas, como algunas menos instintivas y más opulentas. Por supuesto, no quiere decir de ninguna manera que estas actividades y su propósito sean negativas; en palabras más llanas, en ningún momento pretenderé decir, ni querré que ustedes intuyan, que el trabajo es malo, o que deberíamos todos darle rienda suelta al ocio sobre el terrible negocio, opresor de la sociedad. De ninguna manera; pero por si les queda alguna duda, mejor lean la entrada de la semana pasada. Sírvanos por ahora que el negocio de la lectura no es lo mismo que el negocio de la oferta y la demanda de libros.

No, no es lo mismo.

           Pero, caray, al grano. Pregunta: ¿por qué leemos? Existen muchísimas razones, y la mayoría ni siquiera tiene que ver con el sólo gusto de hacerlo. La mayor parte de nuestras lecturas, a veces incluso de quienes las disfrutamos plenamente, son por causa de ocupaciones de negocio. Un reporte en la oficina, la lección escolar de tarea, revisar los correos electrónicos de los clientes o de los alumnos, hasta ordenar archivos en orden alfabético u organizar los productos en un estante involucran en alguna medida a la lectura como una herramienta para el desarrollo cotidiano de labores de negocio.
               Lo anterior ya esboza una percepción de la lectura como más un mal necesario que una satisfacción. Pero definitivamente ésta no es la razón por la que a todos a quienes les fastidia la lectura no hacen el menor esfuerzo de cambiar tal condición; sería como si a quienes no les gusta hacer ejercicio lo explicaran diciendo lo inconveniente que es levantarse del sillón y movilizar los músculos de sus piernas para llegar hasta el baño. El problema es que en muchos, casi todos los patéticos esfuerzos sociales (los más mediáticos y políticos, aunque muchas instituciones educativas ni se molestan en tratar algo distinto) por promover la lectura, lo hacen promoviéndola como negocio, y como ya vimos, leer es muy mal negocio.

"I don't care, reading is serious business."

                “¡Leer es bueno para  ti, para la sociedad, promueve el pensamiento productivo, los valores y la imaginación, te vuelve más inteligente, permite la solución de problemas, agiliza la mente, lava la ropa, paga tus impuestos, cura el cáncer!” (Casi todas) estas afirmaciones de hecho son ciertas, y de ellas son de quienes los no lectores (el término políticamente correcto) se privan, y privan a su comunidad de sus beneficios. Pero todos ellos son consecuencias, resultados subyacentes y tangenciales del principal aliciente de la lectura, el gusto por ella misma. Si a eso añadimos molestos imperativos como “lee al menos media hora diaria”, “léele un cuento diario a tus hijos” o “lee, o si no la ruina absoluta de este país será enteramente culpa tuya”, se despoja por completo a la lectura de su carácter íntimo, emotivo, crítico e intelectual, y se remplaza por una insulsa pseudoresponsabilidad cívica, similar a la que quieren meternos a patadas en la cabeza por votar o por la participación ciudadana, todos ellos fines muy loables en sí mismos, pero cuyos medios simplemente no se justifican ante la mayoría, y dudo que gente como Elba Esther sea más consciente de ello que de algo distinto a su perpetuación política o la periodicidad de sus inyecciones de botox. Habría que mencionar en este momento, si es que soy lo bastante afortunado como para tener algún lector fuera de México, que la situación a la que me refiero es particular de este país, pero no se aleja demasiado del contexto de otros países latinoamericanos.
                Terminaría simplemente diciendo, y suponiendo que casi todos los que están leyendo esto ya son algo más que lectores casuales, que en contraste con lo anterior, la lectura es un excelente ocio… Mmm… una excelente actividad del ocio (que injusto que el negocio sí pueda ser un objeto y no sólo una categoría. En fin.) Tiene todas las características de las que hablamos en la última entrada, junto con muchas otras muy particulares que valdrían la pena, ahora sí, tratar en ocasiones posteriores. Por lo pronto, sepan, y hagan saber, que la lectura es un bien, un deleite y una forma de pasar buen tiempo de buen ocio. Disfrútenla, y nos seguimos leyendo.

PD: Les dejo la página de Facebook del blog para que “les guste” y estén enterados de cada publicación, y no tenga que estar molestándolos personalmente.http://www.facebook.com/pages/En-los-Ocios-de-mi-Padre/175265455874900

martes, 9 de agosto de 2011

En los Ocios de mi Padre #3 - Los vicios ni madre tienen.

Acá en los Ocios de mi Padre tenemos –todos– el propósito de descubrir la manera en que la Cultura del Ocio enriquece nuestras vidas y la vida de nuestra actual sociedad, no desde un punto de vista científico-sociológico, sino de la sociedad como la realidad de convivencia en la que nos movemos y deshacemos todos los días. Y es que, en efecto, la Cultura del Ocio es un bien de la humanidad (al menos de la que tiene acceso a ella), pese a lo que la palabra “ocio” pueda remitir; y de ese aspecto es de lo que se tratará nuestra actual entrada, bien habidos lectores.
                Piensen, y sean sinceros, ¿a qué les remite la palabra ocio? ¿Qué sensación les causa en primera instancia? ¿No les hace pensar en tiempo muerto, en algún regordete rascándose la panza sobre el sofá, o en dos personas sentadas apoyando los codos sobre una mesa, apoyando a su vez la cabeza sobre las manos, esperando iluminación providencial sobre algo mejor que hacer que estar ahí sentados? En efecto, la palabra ocio ha sido mal interpretada durante mucho tiempo como todo lo que hacemos o el tiempo que desperdiciamos en actividades sin provecho, momentos en los que “estamos de ociosos” o en los que nos vemos a la inmisericorde merced de “la madre de todos los vicios”. Y aunque estoy, como la mayoría, seguramente, de acuerdo con que cosas como rascarse la panza sin al menos estar viendo las noticias sí que es perder el tiempo, el ocio es algo completamente diferente a eso.
                Si se toman la molestia de ir un momento a www.rae.es (no se preocupen, aquí los espero), y buscar el significado de nuestra querida palabra, se darán cuenta de que ocio significa simplemente tiempo libre y las actividades a las que nos dedicamos en él, lo cual ya nos da una mucho mejor perspectiva que la convencional; no obstante, me gustaría hacer hincapié en una de las definiciones:

“Diversión u ocupación reposada, especialmente en obras de ingenio, porque estas se toman regularmente por descanso de otras tareas.”

                Esto ya nos da una muy benévola percepción del concepto: ocio no es sólo tiempo libre, sino tiempo de esparcimiento y descanso de lo que otra parte de la definición llama “principales ocupaciones”. Y esto último es precisamente lo que durante tanto tiempo ha dado tan mala reputación al ocio, o al menos a lo que se entiende por tal; pero vayamos por partes.
                La palabra se originó, como la mayor parte de nuestro español, en el latín, donde se llamaba otium, literalmente, como yo lo vimos en el diccionario, tiempo de descanso, principalmente, tiempo de desaceleración de otras actividades, usado principalmente para la reflexión. La otra parte del tiempo debía usarse entonces para actividades diferentes al descanso, obviamente nos referimos al trabajo. ¿Y cómo llamaban al tiempo de trabajo entonces? Para distinguirlo categóricamente del tiempo de esparcimiento le llamaron nec otium, es decir, no ocio, tiempo de no descanso. Hum… Para adelantarles sus propias conclusiones, esto indica que, al menos para los romanos, que eran los que hablaban latín, no era necesario inventar un término para referirse al trabajo, sino sencillamente distinguirlo del resto del tiempo ocupado en filosofar y demás pasatiempos constructivos, lo cual indica su importancia social. Y, por si no lo habían notado ya, nuestro concepto, negocio, viene de eso ocio negado, nec otium, de los latinos.
                El anterior breviario lingüístico nos señala que el ocio era asimilado como algo esencialmente positivo, en el que las personas encontraban un equilibrio de su cotidianidad. Había justo tiempo de trabajo, y justo tiempo de descanso. No obstante, desde el despunte de la era industrial, la sociedad convirtió al ocio en un antivalor, mientras más tiempo se dedicara al negocio, mucho mejor, más ganancias acumuladas, más éxito personal y empresarial, las personas se empeñaron en trabajar horas extra y en dedicar el tiempo de no negocio en simplemente cumplir con su rol social hasta que llegara de nuevo la hora de trabajar. El ocio entonces era una pérdida de tiempo, y por lo tanto, de dinero. Se consideró improductivo dedicar tiempo a actividades que no estuvieran relacionadas con la industria o servicios que remuneraran con bienes materiales. Tristemente, esta visión permaneció así durante prácticamente todo el siglo XX, por lo que nuestros abuelos, y muchos de nuestros padres también, simplemente no podían tolerar que un joven adulto pudiera gastar una tarde de entresemana yendo al cine y no reparando fugas en la tubería del baño, o que un niño no se pusiera a estudiar en lugar de jugar con sus carritos (entonces no era tan fácil tener videojuegos en casa), a pesar de que ese día no le hubieran encargado tarea.
                Y no vayan a malinterpretar, por favor. Por supuesto que no estoy a favor de menospreciar el trabajo productivo por el tiempo de esparcimiento; no obstante, no estoy a favor de lo contrario tampoco. El punto es probar que ambos son igualmente importantes, tanto para la integridad individual como para la convivencia social.
                El argumento más fuerte a favor de este tema es que el ocio no es tiempo perdido, simplemente no es tiempo de productividad material o económica, e incluso eso no es absolutamente cierto. Piensen en cuántas cosas han aprendido mientras veían una película, mientras escuchaban una canción, y por supuesto, mientras leían una novela o un cuento. O seguramente habrán muchos de ustedes, o al menos amigos o conocidos, que hayan descubierto su pasión profesional desarmando computadoras, diseñando ropa o tocando un instrumento, precisamente en su tiempo libre, y no estudiando o trabajando (de nuevo, no porque esté criticando eso). Yo, por ejemplo, he podido dedicarme a enseñar inglés, mi actual empleo, gracias al interés que los videojuegos me desarrollaron por esa lengua desde pequeño. El ocio es tiempo dedicado al entendimiento de nosotros mismos, nos conocemos más a nosotros cuando vemos una película y nos reímos de algo que los demás no ven, o nos quedamos callados mientras los demás gritan o lloran, y al darnos cuenta de eso, reconocemos ante qué clase de situaciones reaccionamos de una o de otra manera. Lo mismo sucede al ver un partido de futbol, al participar de una conversación de amigos en un café o al salir a estirarse al parque con la familia. El ocio nos hace mejores seres sociales, y mejores individuos, porque es parte de nuestra naturaleza, sencillamente no podríamos funcionar sin el descanso y el esparcimiento.
               Así que conviértanse en ociosos productivos, porque también puede desperdiciarse el tiempo para el ocio, pero eso es tema para otra entrada… de hecho no hablé de muchas cosas que traía en mente para  hoy, pero al menos eso me asegura no quedarme sin cosas que decir para el futuro. Pues a darle entonces, y a seguir descubriendo que en los Ocios de mi Padre también nos es necesario estar.

PD: Para más información sobre este tema, chequen este artículo, muy informativo ;D
Y entre otras cosas, quería citar y ahondar más en lo que el buen señor Michael Ende tiene que decir al respecto en Momo, pero esto ya se estaba alargando demasiado y tan maravilloso libro da para su propia entrada, si no es que para muchas más. Por mientras no hago más que recomendarlo amplísimamente.

lunes, 1 de agosto de 2011

En los Ocios de mi Padre #2 - Intelectualoidismo

Hace tiempo, una buena amiga, deslumbrante confección de belleza y humanidad, si vale la pena mencionarlo, me preguntó cuál es mi película favorita. Respondí, como he respondido a esa misma pregunta desde hace unos 4 años aproximadamente, que es Big Fish, de Tim Burton. Y aunque hablar sobre esa película en particular o sobre el tema de las obras favoritas de uno seguramente daría mucho (y lo dará en otra ocasión), lo que inspira esta nueva entrada de En los ocios de mi Padre es el comentario que me hizo inmediatamente después.
                Luego de haber deliberado un poco sobre la película, me dijo que ella habría pensado que, siendo yo tan apasionado, o neurótico, según sea el caso, de las diferentes formas de hacer cine, mi película favorita sería una de narrativa más compleja o de temas más alucinógenos, y no una de carácter más convencional que vanguardista. ¿Y quién podría juzgarla, cuando de hecho sí tiendo a ser bastante colérico con las carteleras insípidas de la mayoría de las salas de cine, o con las reuniones amigueras en las que me fuerzan a ver la última comedia de Adam Sandler? Pero finalmente, la conversación me llevó a pensar que de hecho, la mayoría de las personas ven al cine, y a muchas otras formas de arte y entretenimiento, a través de esa polaridad entre lo intelectual y lo meramente recreativo, visión a la que francamente hay que ir despidiendo a patadas en la retaguardia sin pedir permiso ni perdón.

Much needed, indeed.

                El cine, la música, la literatura, el teatro, e incluso los videojuegos, sin importar lo que ningún crítico especializado o comentarista mañanero diga al respecto, siempre son arte; desde la 9ª Sinfonía de Beethoven hasta Pocker Face, desde La Naranja Mecánica hasta American Pie, o desde el Quijote hasta Crepúsculo, todas éstas son obras de arte, en tanto constituyen una manifestación de un género artístico y son, hasta en el más barbárico de los casos, una forma de expresión creativa. Separar las obras “más comerciales” de las que son “más artísticas” no causa más que una sañosa separación elitista, los snobs intelectualoides que desprecian a los relajados intrascendentes, y aún los apegados a una visión del arte como entretenimiento desdeñan a los zánganos sobrepensantes que pretenden verlos como a los obreros de la colmena humana. Los primeros sólo se aíslan más y más de la comunidad a la que quisieran influenciar, y los segundos niegan el valor que apreciar y entender formas distintas a las convencionales les traería a todas las áreas de su vida; no porque dichas formas convencionales no puedan ser bastante buenas en sí mismas.
                Luego está también el problema de que, bien vista, ninguna obra establece por sí sola si debiera ser considerada intelectual o convencional. Tomemos por ejemplo, el infame caso del muy mal llamado Cine de Arte. Seguramente, al entrar a su típico Bluckbuster alguna típica tarde de típico fin de semana peliculero, se percatan de que ciertas películas medianamente conocidas se encuentra catalogadas bajo la sección de Cine de Arte, en lugar de estar en la sección de Drama o Comedia. Quizá se les pasó la euforia que fueron las dos partes de Kill Bill, y hasta entonces no habían tenido algún sábado libre para ponerse al corriente. Las buscan y rebuscan por cada una de las portadas en los estantes de Acción junto a sus clásicos Duro de Matar y las 357 partes de Rápido y Furioso (perdón si me equivoco en la cifra, pero es que dejé de contar después de que la tercera no tenía el número 3 escrito por ninguna parte). Fastidiados, llaman al alguno de los profesionales asesores cinematográficos con los que cada Bluckbuster debe contar para que les diga en dónde están esas dos películas, y ¡sorpresa!, resulta que se encuentran catalogadas como Cine de Arte. "¡Qué! ¿Que no se tratan sobre una chica sexy en traje de carreras amarillo cortando la cabeza de cuanto hombre, mujer y colegiala japonesa se le ponga en frente? ¿Qué están haciendo junto al Séptimo Sello, La Dolce Vita, Annie Hal y todas esas porquerías que jamás he tenido la intención de ver?" La respuesta que al menos a mí me indica la razón más probable es que Kill Bill es una película de Quentin Tarantino, un afamado director del también llamado Cine de Autor, y si una película la dirigió alguien como Tarantino, ¡pues seguramente es una película de arte!
                Como pueden ver, separar las obras artísticas de las comerciales simplemente no tiene ningún propósito, tanto por la razón ya explicada de que toda obra artística es una obra de arte (Duh!), como por el hecho de que no existe ningún parámetro específico para identificar unas de la otras. ¿Sabían que la primera parte de La saga de Crepúsculo, la película del mismo nombre, fue considerada Cine de Arte casi hasta antes de que se estrenara la segunda, sólo por estar basada en un novela y ser de bajo presupuesto? Y quién puede decir que películas como 300, o libros como 100 años de soledad, que han sido siempre indudables éxitos de ventas, dejan de ser obras intelectuales porque han sido capaces de acaparar la atención de la mayoría del público. O que casos como las serie del Señor de los Anillos, que son, primordialmente, películas comercializadas como entretenimiento de consumo, no son obras modelo de la cinematografía contemporánea.
                Yo mismo, como el despotricado intelectualoide que a veces puedo a ser, y como cualquier aficionado al cine checoslovaco o a la poesía fonológica vanguardista, estoy seguro de que un mundo en el que todos los cines proyecten sólo tratados filosóficos y experimentos visuales o narrativos no sería un mundo feliz, y de que todos necesitan eventualmente un programa de televisión sin ninguna pretensión mayor que desconectar todo lazo con la realidad al menos unos 20 minutos. Puedo asegurarles que yo disfruto igualmente un éxito de taquilla veraniego (de los buenos, por supuesto) que de algún viaje psicotrópico de Kubrick o Fellini, y que de igual manera, nadie debería abstenerse de una o de otra, por ninguna razón.

Si les gusta cómo va desarrollándose este asunto, por favor comenten sus opiniones sobre las entradas y sobre los temas, y propongan nuevos temas para nuevas entradas. Incluso si tienen algún documento pertinente a nuestros tópicos colgado en la red y lo quieren compartir, siéntanse en la libertad de incluir el link en su comentario. Mientras tanto, nos estaremos leyendo próximamente.

PD: Ayer vi Captain America: Freakin’ awesome!

martes, 26 de julio de 2011

En los Ocios de mi Padre #1 - La Madre de todos los ocios.

Sean laureadamente recibidos, estimados lectores, en este espacio virtual de discusión real sobre un tema al que estaremos comentando, analizando, criticando, descifrando, desnudando, revistiendo y, antes que todas las cosas, disfrutando con irregular periodicidad, hasta que alguna buena alma quiera pagarle a su autor por escribir cada semana.
            El tema que tanto va a darnos, y al que espero al menos poder aportar un merecido reconocimiento, es al que se ha denominado la cultura del ocio; a la contemporánea cultura del ocio, particularmente.
            Diría que la sociedad actual está inundada y se ahoga en la descomunal marea de medios que el ocio ha  puesto a su disposición, o más bien, que ella misma se ha impuesto; diría esto si no fuera porque, de hecho, ella misma ha sabido muy bien como navegar esta mar de opciones en entretenimiento. Piensen en todas las cosas en las que pasamos el tiempo de ocio: cine, música, deportes, libros, videojuegos, teatro, café, restaurantes; nuestra cultura no sólo ha permitido la masificación de opciones de ocio, sino que las incentiva hasta la enajenación; ya no podemos vivir sin pensar de qué manera llenaremos nuestros tiempos libres; si estamos solos, tendremos siempre a la mano un celular con aplicaciones, juegos y navegador de Internet; si compartimos nuestro tiempo libre con familia o amigos, buscamos no sólo pasar tiempo juntos, sino pasarlo en actividades pertenecientes a la cultura del ocio: ver una película juntos, jugar una ronda de Wii Sports (los más conservadores) o un deathmatch de Halo. Incluso quien se considere más intelectual que la mayoría querrá sonsacar a sus amigos para que lo acompañen a una muestra de pintura, un recital de cuerdas, o los hará sentarse (a los que se dejen) a ver un clásico de Bergman o Kubrick, pero todas estas alternativas nos sitúan irremediablemente en el plano de la cultura del ocio.
                ¿Y por qué querríamos hablar de este tema con detenimiento, reflexión y quizá un poco de saña? ¡Porque es fenomenal! Seré el primero en decir que yo disfruto inacabablemente cada aspecto de esta cultura, porque es en efecto, una cultura, una forma de desarrollar las características de cada individuo y de la comunidad en la que se desenvuelve. Gozo cada momento que paso viendo un película, leyendo un libro, escuchando música, y he entendido que esta cultura demuestra que el ocio no es lo que el ya pasado, pero aún persistente como cucaracha, pensamiento doctrinal de que el tiempo invertido en el ocio es tiempo perdido; esto es absolutamente falso… quizá no sea absolutamente falso, pero eso será tema para otra entrada.
                Pero bien. Para empezar, les diré específicamente de qué estaremos hablando –porque no estaré hablando yo solo, se los puedo asegurar– aquí en el blog.
                Lo temas que más abordaremos son principalmente el cine, la literatura y los videojuegos. ¿Por qué esos tres? Porque son los campos en los que me especializo personalmente. Mi profesión es la literatura, mi afición el cine y mi adicción los videojuegos, así que de ellos es de quienes más confianza siento para analizar y divagar sin demostrar total ignorancia. El blog no tratará sobre reseñas y críticas, al menos no principalmente, sino de la reflexión que estos medios propicien sobre ellos mismo, sobre la sociedad, sobre nosotros como espectadores y seres humanos.
             Como apéndice particular, hablaré también de la Internet y de todas sus maravillosas bondades, que apenas comienzo descubrir pero de las que me enamoro irremediablemente cada vez más y más.
              En segundo lugar, abordaremos el resto de los elementos de la cultura del ocio en general, que ya he mencionado en esta entrada: música, televisión, bellas artes, festivales, lugares, etc. En cuanto a estos tópicos necesitaré aún más de su ayuda, así que les pido de una buena vez el favor de comentar absolutamente todo lo que quieran en cada entrada. La maravilla que ofrece la Internet –una de tantas–, en contraste con revistas o programas de televisión, es la comunicación inmediata, problema parcialmente solucionado por Twitter, pero que en un blog como este ayudará a crecer y nutrir nuestra reflexión y conocimiento sobre todo este asunto.
                Finalmente, sin importar qué tema me despierte algún chispazo de inspiración o esquizofrenia, el propósito de este blog es aprender y disfrutar más sobre esta realidad en la que nos zambullimos todos los días, entender que las actividades a las que dedicamos nuestro tiempo libre son mucho, mucho más que simplemente no tener nada mejor que hacer. Los negocios siguen siendo muy importantes (y de esto hablaremos también en otra ocasión), pero espero descubrir con ustedes que en los Ocios de mi Padre también es necesario estar. Hasta la próxima.