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martes, 16 de julio de 2013

En los ocios de mi padre #10 - Mitos de la lectura


A pesar de los muchísimos (y desgraciadamente cercanos a la realidad) índices que muestran lo poco que se lee en nuestra sociedad, un simple chapuzón facebookero como el que muchos acostumbramos darnos diariamente da abundante cuenta de que la lectura se ha convertido en una actividad bastante chick y buena onda, como lo son también tomar café y andar en bicicleta. Quizá no estemos en medio de un considerable auge de la comunidad lectora, pero sí en el de la intercomunicación de distintos intereses con el que cualquier miembro de las sociorredes se pude identificar e interactuar con quienes los compartan. Por supuesto, esta nueva (bueno, ni tanto, bien que estamos todos enterados) exposición pública de la lectura como actividad propia de una identidad particular le es bastante provechosa a esta cultura falta de individuos pensantes, críticos objetivos y con un criterio sanamente desarrollado, características todas ellas de quienes disfrutamos e invertimos tiempo en esta empresa tan magnífica que es la lectura.
                ¡Y que se la creen! ¿De veras piensan que tanto facebookeo y tuiteo (ocasionalmente un poquitín de tumblereo, por qué no) de frases de Benedetti y caricaturas de princesitas abrazando libros es el anuncio del Segundo Renacimiento? ¡Pues claro que no! Eso sucederá cuando se desarrolle la primera inteligencia artificial; pero ésa es otra historia. No piensen, por favor, que condenaré aquí implacablemente tan superficiales costumbres; como dije antes, compartir por estos medios el gusto por la lectura es únicamente benéfico para la misma, si bien algo viciado por el carácter insubstancial de las tendencias en las redes sociales. Seguramente todos los promotores culturales hasta antes del siglo XXI se dan de topes contra la pared al contemplar lo que logra la misma comunidad a través de estos medios que múltiples programas institucionales simplemente no pudieron. Pero entre tantas bondades se filtran algunos mitos que permean aún la concepción de la actividad lectora, que pese a quien le pese, mantiene a muchos alejados de esta bonita práctica. Has llegado al fin, querido lector y lectora, al meollo de esta entrada.
                Dediquémonos, pues, a enumerar y disipar algunos de estos mitos de la lectura, no necesariamente auspiciados por editorial alegre, vívida o jacarandosa alguna:
               
1. Leer te vuelve automática e irrevocablemente una mejor persona. Quizá el mito más ampliamente difundido entre la mayoría es que los lectores (definamos bien el término: personas que acostumbran dedicar tiempo de su rutina a leer libros impresos, lo digital todavía no cuenta, y a invertir dinero, que cualquier otro gastaría en el cine o en el antro, en adquirir dichos libros) son mejores personas.
No se entienda que los lectores ayudan siempre a las ancianitas a cruzar las calles, sino que simplemente saben más, entienden más y hablan más (a esto último no le falta argumentación, la verdad), por lo que se desarrollan de mejor manera en el entorno social. Lo peor es que éste es un mito de dos sentidos. Muchos lectores se creen todo eso y discriminan prejuiciosamente a quienes no completan los requisitos de esta descripción.
Lo cierto es que el solo acto de leer no vuelve a sus ejecutores en todos unos emblemas de la decencia, el juicio y el buen gusto. Charles Manson, el famoso asesino que creía que el apocalipsis consistía en que los negros se quedarían sin modelos de conducta humana después de asesinar a todos los blancos, cuya profecía descubrió en la letra de “Helter Skelter” de los Beatles, era ávido lector de textos sagrados hebreos y musulmanes, los cuales se sabía al dedillo. Por el contrario, es perfectamente posible que un no-lector tenga un criterio ampliamente desarrollado, pues la información y el rendimiento intelectual provienen de la experiencia de vida misma, no de actividades específicas. Ver películas o tener conversaciones es tan importante para nuestro criterio como leer un libro, lo que cuenta es cómo se aprovecha la información adquirida.

2. Se debe leer al menos 20 minutos al día, 5 veces por semana y después de cada comida. Este mito se relaciona directamente con el anterior. Como para ser mejor individuo hay que leer, pues hay que proponerse y cumplir religiosamente una rutina de lectura. El tiempo recomendado por los especialistas de los reality shows mexicanos es de 20 minutos, pero hay que consultar al médico para que recete la dosis apropiada.
                Esto es claramente falso. No existen cuotas que cumplir cuando se trata de una actividad recreativa. La única regla sobre cuánto leer es la que cada quien encuentre durante su lectura. Si no leen un día, o varios, no se les va a colapsar la sinapsis ni les caerá la policía cultural. Se lee lo que se quiere, y lo que se pude, pues leer es un ejercicio de ocio. Para todo hay hora debajo del sol, dijo el sabio.

3. Si no va a acabar el libro, ni lo abra; leer es cosa de machos. Dicen por ahí que la disciplina es una virtud. Estoy completamente de acuerdo, pero la disciplina tiene que ver más con la voluntad que con la obligación, y no es obligación de nadie acabar todos los libros de los que lea más de la primera página. Así como es perfectamente aceptable salirse de una sala de cine porque la película nomás le escupe sandeces en la cara a la gente, también es posible cerrar un libro y dejarlo donde estaba (también hay que guardar un poquito el decoro) si de plano es una lectura que no motiva interés. Es mucho mejor terminar un solo libro del que queden ganas de retomarlo muchas veces, que muchos libros a los que jamás se quiera regresar.

4. Si no has leído el Quijote, estás intelectualmente incapacitado para leer cualquier otra cosa. Dijo Harlod Bloom, crítico y teórico literario de la segunda mitad del siglo XX, y tenía toda la boca llena de razón, que no hay tiempo suficiente en el mundo para leer todo lo que hay que leer; entonces se dio a la tarea de hacer una lista de los autores más importantes de la cultura occidental, desde el Renacimiento hasta el siglo pasado. La lista incluye únicamente 26 autores, empezando por Shakespeare, y por ahí alcanza a meter a Borges con calzador, pues el señor (todavía) es gringo y les dio preferencia a los escritores en su idioma. Queda claro que si uno quiere leer todo lo que hay que leer, pues con que se eche alguna obra de cada uno de los escritores de esta lista ya estará bien enterado de todo, y lo demás vendrá por añadidura. ¡Pero ay de aquél que ose saltarse a uno de estos grandes y prefiera seguir leyendo Los juegos del hambre, 1Q84 o el Hobbit, que está otra vez de temporada!
                Pues no señoras y señores. A menos que estén dedicándose a reafirmar o refutar las teorías de don Bloom, el único requisito que debe cumplir un libro para ser digno de su atención es que tengan ganas de leerlo. A mí, que sí me dedico a esto de la fantochada teórico-literaria, me preguntan regularmente qué libro les recomiendo o cómo deben seleccionar una obra cuando van a la librería. Después de un concienzudo trabajo metodológico, he desarrollado la siguiente técnica: 1) vaya usted a la librería de su preferencia, ya sea por cercanía o porque tenga barra de café; 2) recorra cuidadosamente los estantes y asegúrese de pasar por cada uno, sobre todo si están separados por género y tema; 3) si en cualquier momento se encuentra usted con un título, autor o portada que le llame la atención, tome el libro y lea la contraportada; si el libro cuenta con cejillas en las portadas con información extra, leerlas contribuirá a realizar una mejor elección; 4) finalmente, si tras leer toda la información anterior queda usted interesado en el resto del contenido, pase a la caja registradora para realizar la transacción pertinente, lleve el libro a un lugar cómodo con buena iluminación, y proceda a leerlo. Siguiendo estos sencillos pasos, podrá usted estar seguro o segura de que ha hecho una buena elección.

                Bien, hay muchos otros mitos que abordaré en otra ocasión, por ahora basta con estas consideraciones. La mejor recomendación es que simplemente lean lo que quieran, cuando quieran, y no se dejen influenciar, formen su propio criterio y defiendan sus intereses. Claro está que cambiar de opinión es parte importantísima de este proceso, por lo que no deben sentirse presionados ni defraudados cuando llegue a suceder, todo lo contrario.

                Nos veremos luego para otra sesión ociosa. Hasta la próxima.

2 comentarios:

  1. Me gustó esta entrada Ismael, y estoy de acuerdo en prácticamente todo lo que dices, excepto en la parte en la que aseguras que los libros electrónicos no cuentan :( hace unos meses hubiera coincidido contigo, y aunque todavía prefiero al libro impreso, ya he tenido muy gratos encuentros con los electrónicos y no tengo problemas en seguir comprándolos. En cuanto a toda la desmitificación de la idea de los lectores, sólo puedo decir que lo por ti escrito, es del todo cierto. Abrazos!!

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  2. Oh! lo de los libros electrónicos es sarcasmo, acabo de darme cuenta... Jaja, sigue escribiendo Ismael! tardas meses en poner entradas que me gusta leer :)

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