Aunque pudiera percibirse lo contrario, usar de excusa fechas
conmemorativas para voltear la atención a uno u otro tema me parece de la más
natural y saludable, precisamente porque la fecha le da la relevancia necesaria
para que quienes no le prestarían atención en otro momento, de perdida se
quejen de lo trillado que es hablar de la Navidad en Navidad o de amor en san
Valentín (yo mismo me encargo de dirigir la acometida quejumbrosa en este
último). Por eso me parece más que apropiado escribir algo sobre el Día de la
Independencia de México que se celebra el 15 y el 16 de septiembre; así es, dos
días, porque se vale, y si no, le piden una explicación a don Porfirio Díaz.
Lo que me gustaría
llamar a la reflexión con esta bonita excusa es a considerar nuestra propia
opinión acerca de la realidad histórica y social que no has tocado vivir, la
cual, estaremos todos de acuerdo, no es ni la mejor ni la idónea. Está más que
claro que nuestra situación demanda opinión y participación inteligente, que no
vale seguir la corriente de protocolos oficiales como si todo estuviera color
de rosa (mexicano, por supuesto). Sin embargo, una malsana y amargada postura
pesimista que cree que no hay ninguna razón para celebrar en nuestro país no vale
por participación, señoras y señores; bájenle a su berrinche, por favor.
En el último año
de mi vida profesional y personal (que, les adelanto, es una y la misma, y así
es para todos, por más que lo nieguen) me he dedicado a estudiar la importancia
de la historia como conocimiento y realidad en nuestra vida diaria, en la
manera en que vemos todo lo que nos rodea. No lo digo como presunción (o al
menos, no nada más por eso) sino como preámbulo que me ha llevado a pensar
sobre lo que nos hace a todos, en general, y a cada uno, en lo individual,
miembros de una comunidad, parte de un pueblo y a reconocernos como mexicanos.
Y siendo mexicanos, damas y demás, con todo lo que eso implica, me parece que hay
muchísimo que celebrar.
La historia no es
únicamente la sucesión de hechos en el tiempo que nos ha traído hasta este
punto. La historia no es la culpable de que lo que está mal en la sociedad permanezca
así; lo explica, sin duda, pero ello no es razón para desdeñarla, no es
justificación para decir que Hidalgo fue un embustero y egoísta, o que Juárez
fue un machista empedernido, y que, por lo tanto, necesitamos deshacernos de esas
“falsas ideologías históricas”. Ahora, tampoco estoy afirmando lo contrario;
permítanme elaborar.
No únicamente lo
que consideramos malo o injusto de nuestra realidad está ligado con nuestra
historia; TODO está ligado con nuestra historia, lo que valoramos, lo que
consideramos mexicano, lo que creemos que vale la pena rescatar precisamente de
ese fango terrible de la injusticia, la corrupción y el mal gobierno. Tan
importante es para los tamales, el mariachi y el tequila que Iturbide haya sido
su Alteza Imperial del Primer Imperio Mexicano como que luego se haya “elegido”
(no fue así de simple, claro, pero había otras opciones) un gobierno
republicano, que, nos guste o no, es lo que más o menos tenemos el día de hoy. Lo
que somos ahora, lo que quisiéramos ver libre de la opresión política actual,
es fruto de esa historia que nos liga a todos, que nos da identidad, y que
representa, a pesar de todo, la esperanza de lo que queremos ver logrado en el
futuro.
Así que, ¡Viva
México!, porque si lo dejamos de desear, de gritarlo a todo pulmón, como
emblema nacional, vivir es justamente lo que no va a hacer. ¡Viva!
Qué bonita entrada, Ismael. Un hermoso recordatorio de por qué y cuándo hay que echar el grito.
ResponderEliminarTe quiero.