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martes, 23 de agosto de 2011

En los Ocios de mi Padre - Entrada Invitada

Bienvenidos a la primera de lo que espero sean más entradas de autores invitados. En esta ocasión, el joven Josué Peniche, a quien nombro abiertamente por no haberme pedido que guarde su anonimato. 


Keep it in the family
Por: Josué Peniche Arellano

Si es usted uno de esos cinéfilos que tienden a realizar críticas prejuiciosas o sencillamente no tienen tiempo para ver lo que denominan “mal cine”, amablemente le digo: puede usted olvidarse de esta reseña y utilizar su valioso tiempo en cosas “más productivas” que esta humilde opinión. Empero, si pertenece usted a un grupo aún más selecto, que sin duda también aprecia profundamente el séptimo arte, y de vez en cuando decide darle una oportunidad a cierto filme a pesar de no lucir prometedor, con gozo le invito a continuar su lectura.
En esta ocasión comparto las notas mentales que dejó en mí una comedia romántica –sí, leyó usted bien: comedia romántica– que sin duda alguna reafirma la idea de que no todo está perdido. Si bien Life Magazine le ha llamado el hombre más cómico, Steve Carell puede no ser santo de su devoción, mas ahora no hablaremos de Steve; sino de su personaje: Cal, un hombre cuyo matrimonio termina tan súbitamente como el acto de lanzarse de un auto en movimiento cuando su esposa Emily (Julianne Moore) sigue intentando explicar las razones de su decisión.
Baste decir que verdaderamente se trata de una comedia bien hecha y que honestamente le invito a ver en el cine de su preferencia, para incluir la presencia de Ryan Gosling, quien interpreta a Jacob: Naturalmente, si está usted familiarizado con Gosling, sabrá ya que interpreta al “todo conocedor” hombre-seductor que iniciará a Cal en el arte de la conquista; pero no sólo eso, pues su protagonismo en la historia será aún mayor cuando efectivamente, su papel se apegue a uno de los más conocidos clichés y encuentre a la chica que con la que desea sentar cabeza (Dama: Favor de omitir la siguiente línea. Varón: haga caso omiso a ese pensamiento en doble sentido). Y sí, “curiosamente” Jacob y Cal tienen en común más de lo que imaginan.
Y si aún se sigue preguntando ¿por qué debo de ver una comedia igual a las demás? Puedo responderle que debe verla sencillamente porque no es igual a las demás. Construida básicamente sobre tres escenarios, expone no sólo la conocida metamorfosis de un perdedor que desea recuperar el amor de su esposa, sino la visión de este mismo sentimiento por parte de Robbie (Jonah Bobo) el hijo de Cal, y su niñera Jessica (Analeigh Tipton). Y si acaso observar las vicisitudes que suponen el enamoramiento de un hijo adolescente hacia su niñera, que a su vez desea profundamente hacerse notar con el padre del chico; puede agregar a este cocktail las repentinas apariciones de Kevin Bacon interpretando al culpable del divorcio de Cal y aún más, el modo inesperado en que la vida de cierta jovencita (Emma Stone) llega a formar parte de una avalancha cómica muy bien construida.
Ahora bien, sabe usted perfectamente que la mayoría de estas películas terminarán con un final feliz, pero vamos, la sociedad actual demanda un poco de fantasía y grita por esperanza; y por más falsa que sea la esperanza, este elemento básico en el género no arruina en ningún sentido la experiencia fílmica, al contrario, le deja un buen sabor de boca y le permite abandonar la sala sabiendo no que el amor siempre triunfa –no, por favor, no sea tan ingenuo–, sino que no todas las comedias románticas son escritas con los pies, y filmadas con… Bueno, el punto acá es que ciertamente no todo está perdido, e indiscutiblemente observar los problemas ajenos será siempre más divertido que vivir los propios.
Así que a pesar de no obtener ninguna especie de comisión por parte de “la Warner”, le invito una vez más a disfrutar de Crazy, Stupid, Love, cuyo nombre omití intencionalmente por si quizá alguno de esos cinéfilos “esnobistas” –como cierto amigo les llama– curiosamente se aventuraba en esta lectura. Y como bien enseña Jacob: Be better than the GAP!.


Crazy, Stupid, Love (2011)
Director: Glenn Ficarra, John Requa
Guión: Dan Fogelman
Cal: Steve Carell
Jacob: Ryan Gosling
Emily: Julianne Moore
Hannah: Emma Stone
Jessica: Analeigh Tipton
Robbie: Jonah Bobo


Bien, espero que hayan disfrutado de esta crítica, muy ad hoc con lo que ya habíamos platicado acá sobre el Cine de arte y el Cine convencional. Aprovecho para hacer un par de recomendaciones del tan tristemente mal afamado género de la comedia romántica (es que hay algunas que se lo ganan a pecho, ¡me cai!):
*Breakfast at Tiffanie's
*How to loose a guy in 10 days
*Someone's gotta give (Es larguéeeeerrima, pero se soporta por tan buen reparto y tan buenos diálogos)
*Music and Lyrics.
*Pretty woman.
*Amelie
*500 days of summer.
*Y mi eterna favorita, aunque de hecho yo mismo no creo que quepa en este género, más bien a penas lo rosa, pero normalmente se cuela en listas de este tipo, y simplemente no podría dejar de recomendar: The Devil wears Prada.
-Por ahí me han dicho que "No strings attached" con Natalie Portman y Ashton Kutcher no está nada mal, habrá que comprobarlo.

Aprovecho también para invitar a una nueva dinámica de comentarios, inspirada por esta entrada, y que espero sirva para que se animen a comentar muchos más que los que hasta ahora. Simplemente, además de los comentarios clásicos de opinión o felicitaciones (o quejas, que también para eso están), hagan sus propias recomendaciones sobre películas, libros, música, juegos y de lo que quieran que ayuden a ilustrar y comprender mejor cada tema que abordemos.

Les dejo la página de Facebook nuevamente para que se enlisten, y nos leemos la próxima.

lunes, 15 de agosto de 2011

En los Ocios de mi Padre #4 - El mal negocio de la lectura.


La lectura es un mal negocio. Esta aseveración no debería causarle extrañeza, en primera instancia, a cualquiera, tanto a los asiduos lectores como a quienes el texto impreso les provoca salpullido; leer es un mal negocio: ocupa mucho tiempo, requiere de una gran concentración y esfuerzo mental, incluso físico, y la inversión que requiere quizá sea muchísimo mayor al provecho material que pueda obtenerse en retribución, al menos en el plazo inmediato. ¡Por qué diantres nos quieren endilgar entonces a todos el negocio de la lectura!
              Así es, la entrada de esta ocasión tratará de explicar, en la medida del entendimiento de su humilde autor, por qué la estrategia hasta ahora generalizada de inculcar el hábito de la lectura da tan, pero tan malos resultados.
              Antes de otra cosa, primero cabe muy bien aclarar que por negocio de la lectura no me refiero a la industria editorial, ni al trabajo de publicación de los autores. Diría (y los tendría ya a todos muy mal acostumbrados) que esos serían tema para otra entrada, sin embargo, ellos pertenecen al ámbito de los negocios per se, y ese, claramente, no es el tema de este blog. De hecho, hay que diferenciar de una buena vez que cuando aquí hablemos sobre el negocio, no hablaremos de lo que se infiere comúnmente por tal, la industria, los servicios de carácter económico y la mercadotecnia, sino de todo aquello que representa el contraste del ocio; es decir, el negocio es toda aquella actividad que realizamos como servicio a los demás, o como servicio a nosotros mismos, cuya finalidad es cubrir las necesidades de nuestra forma de vida, tanto las básicas y fisiológicas, como algunas menos instintivas y más opulentas. Por supuesto, no quiere decir de ninguna manera que estas actividades y su propósito sean negativas; en palabras más llanas, en ningún momento pretenderé decir, ni querré que ustedes intuyan, que el trabajo es malo, o que deberíamos todos darle rienda suelta al ocio sobre el terrible negocio, opresor de la sociedad. De ninguna manera; pero por si les queda alguna duda, mejor lean la entrada de la semana pasada. Sírvanos por ahora que el negocio de la lectura no es lo mismo que el negocio de la oferta y la demanda de libros.

No, no es lo mismo.

           Pero, caray, al grano. Pregunta: ¿por qué leemos? Existen muchísimas razones, y la mayoría ni siquiera tiene que ver con el sólo gusto de hacerlo. La mayor parte de nuestras lecturas, a veces incluso de quienes las disfrutamos plenamente, son por causa de ocupaciones de negocio. Un reporte en la oficina, la lección escolar de tarea, revisar los correos electrónicos de los clientes o de los alumnos, hasta ordenar archivos en orden alfabético u organizar los productos en un estante involucran en alguna medida a la lectura como una herramienta para el desarrollo cotidiano de labores de negocio.
               Lo anterior ya esboza una percepción de la lectura como más un mal necesario que una satisfacción. Pero definitivamente ésta no es la razón por la que a todos a quienes les fastidia la lectura no hacen el menor esfuerzo de cambiar tal condición; sería como si a quienes no les gusta hacer ejercicio lo explicaran diciendo lo inconveniente que es levantarse del sillón y movilizar los músculos de sus piernas para llegar hasta el baño. El problema es que en muchos, casi todos los patéticos esfuerzos sociales (los más mediáticos y políticos, aunque muchas instituciones educativas ni se molestan en tratar algo distinto) por promover la lectura, lo hacen promoviéndola como negocio, y como ya vimos, leer es muy mal negocio.

"I don't care, reading is serious business."

                “¡Leer es bueno para  ti, para la sociedad, promueve el pensamiento productivo, los valores y la imaginación, te vuelve más inteligente, permite la solución de problemas, agiliza la mente, lava la ropa, paga tus impuestos, cura el cáncer!” (Casi todas) estas afirmaciones de hecho son ciertas, y de ellas son de quienes los no lectores (el término políticamente correcto) se privan, y privan a su comunidad de sus beneficios. Pero todos ellos son consecuencias, resultados subyacentes y tangenciales del principal aliciente de la lectura, el gusto por ella misma. Si a eso añadimos molestos imperativos como “lee al menos media hora diaria”, “léele un cuento diario a tus hijos” o “lee, o si no la ruina absoluta de este país será enteramente culpa tuya”, se despoja por completo a la lectura de su carácter íntimo, emotivo, crítico e intelectual, y se remplaza por una insulsa pseudoresponsabilidad cívica, similar a la que quieren meternos a patadas en la cabeza por votar o por la participación ciudadana, todos ellos fines muy loables en sí mismos, pero cuyos medios simplemente no se justifican ante la mayoría, y dudo que gente como Elba Esther sea más consciente de ello que de algo distinto a su perpetuación política o la periodicidad de sus inyecciones de botox. Habría que mencionar en este momento, si es que soy lo bastante afortunado como para tener algún lector fuera de México, que la situación a la que me refiero es particular de este país, pero no se aleja demasiado del contexto de otros países latinoamericanos.
                Terminaría simplemente diciendo, y suponiendo que casi todos los que están leyendo esto ya son algo más que lectores casuales, que en contraste con lo anterior, la lectura es un excelente ocio… Mmm… una excelente actividad del ocio (que injusto que el negocio sí pueda ser un objeto y no sólo una categoría. En fin.) Tiene todas las características de las que hablamos en la última entrada, junto con muchas otras muy particulares que valdrían la pena, ahora sí, tratar en ocasiones posteriores. Por lo pronto, sepan, y hagan saber, que la lectura es un bien, un deleite y una forma de pasar buen tiempo de buen ocio. Disfrútenla, y nos seguimos leyendo.

PD: Les dejo la página de Facebook del blog para que “les guste” y estén enterados de cada publicación, y no tenga que estar molestándolos personalmente.http://www.facebook.com/pages/En-los-Ocios-de-mi-Padre/175265455874900

martes, 9 de agosto de 2011

En los Ocios de mi Padre #3 - Los vicios ni madre tienen.

Acá en los Ocios de mi Padre tenemos –todos– el propósito de descubrir la manera en que la Cultura del Ocio enriquece nuestras vidas y la vida de nuestra actual sociedad, no desde un punto de vista científico-sociológico, sino de la sociedad como la realidad de convivencia en la que nos movemos y deshacemos todos los días. Y es que, en efecto, la Cultura del Ocio es un bien de la humanidad (al menos de la que tiene acceso a ella), pese a lo que la palabra “ocio” pueda remitir; y de ese aspecto es de lo que se tratará nuestra actual entrada, bien habidos lectores.
                Piensen, y sean sinceros, ¿a qué les remite la palabra ocio? ¿Qué sensación les causa en primera instancia? ¿No les hace pensar en tiempo muerto, en algún regordete rascándose la panza sobre el sofá, o en dos personas sentadas apoyando los codos sobre una mesa, apoyando a su vez la cabeza sobre las manos, esperando iluminación providencial sobre algo mejor que hacer que estar ahí sentados? En efecto, la palabra ocio ha sido mal interpretada durante mucho tiempo como todo lo que hacemos o el tiempo que desperdiciamos en actividades sin provecho, momentos en los que “estamos de ociosos” o en los que nos vemos a la inmisericorde merced de “la madre de todos los vicios”. Y aunque estoy, como la mayoría, seguramente, de acuerdo con que cosas como rascarse la panza sin al menos estar viendo las noticias sí que es perder el tiempo, el ocio es algo completamente diferente a eso.
                Si se toman la molestia de ir un momento a www.rae.es (no se preocupen, aquí los espero), y buscar el significado de nuestra querida palabra, se darán cuenta de que ocio significa simplemente tiempo libre y las actividades a las que nos dedicamos en él, lo cual ya nos da una mucho mejor perspectiva que la convencional; no obstante, me gustaría hacer hincapié en una de las definiciones:

“Diversión u ocupación reposada, especialmente en obras de ingenio, porque estas se toman regularmente por descanso de otras tareas.”

                Esto ya nos da una muy benévola percepción del concepto: ocio no es sólo tiempo libre, sino tiempo de esparcimiento y descanso de lo que otra parte de la definición llama “principales ocupaciones”. Y esto último es precisamente lo que durante tanto tiempo ha dado tan mala reputación al ocio, o al menos a lo que se entiende por tal; pero vayamos por partes.
                La palabra se originó, como la mayor parte de nuestro español, en el latín, donde se llamaba otium, literalmente, como yo lo vimos en el diccionario, tiempo de descanso, principalmente, tiempo de desaceleración de otras actividades, usado principalmente para la reflexión. La otra parte del tiempo debía usarse entonces para actividades diferentes al descanso, obviamente nos referimos al trabajo. ¿Y cómo llamaban al tiempo de trabajo entonces? Para distinguirlo categóricamente del tiempo de esparcimiento le llamaron nec otium, es decir, no ocio, tiempo de no descanso. Hum… Para adelantarles sus propias conclusiones, esto indica que, al menos para los romanos, que eran los que hablaban latín, no era necesario inventar un término para referirse al trabajo, sino sencillamente distinguirlo del resto del tiempo ocupado en filosofar y demás pasatiempos constructivos, lo cual indica su importancia social. Y, por si no lo habían notado ya, nuestro concepto, negocio, viene de eso ocio negado, nec otium, de los latinos.
                El anterior breviario lingüístico nos señala que el ocio era asimilado como algo esencialmente positivo, en el que las personas encontraban un equilibrio de su cotidianidad. Había justo tiempo de trabajo, y justo tiempo de descanso. No obstante, desde el despunte de la era industrial, la sociedad convirtió al ocio en un antivalor, mientras más tiempo se dedicara al negocio, mucho mejor, más ganancias acumuladas, más éxito personal y empresarial, las personas se empeñaron en trabajar horas extra y en dedicar el tiempo de no negocio en simplemente cumplir con su rol social hasta que llegara de nuevo la hora de trabajar. El ocio entonces era una pérdida de tiempo, y por lo tanto, de dinero. Se consideró improductivo dedicar tiempo a actividades que no estuvieran relacionadas con la industria o servicios que remuneraran con bienes materiales. Tristemente, esta visión permaneció así durante prácticamente todo el siglo XX, por lo que nuestros abuelos, y muchos de nuestros padres también, simplemente no podían tolerar que un joven adulto pudiera gastar una tarde de entresemana yendo al cine y no reparando fugas en la tubería del baño, o que un niño no se pusiera a estudiar en lugar de jugar con sus carritos (entonces no era tan fácil tener videojuegos en casa), a pesar de que ese día no le hubieran encargado tarea.
                Y no vayan a malinterpretar, por favor. Por supuesto que no estoy a favor de menospreciar el trabajo productivo por el tiempo de esparcimiento; no obstante, no estoy a favor de lo contrario tampoco. El punto es probar que ambos son igualmente importantes, tanto para la integridad individual como para la convivencia social.
                El argumento más fuerte a favor de este tema es que el ocio no es tiempo perdido, simplemente no es tiempo de productividad material o económica, e incluso eso no es absolutamente cierto. Piensen en cuántas cosas han aprendido mientras veían una película, mientras escuchaban una canción, y por supuesto, mientras leían una novela o un cuento. O seguramente habrán muchos de ustedes, o al menos amigos o conocidos, que hayan descubierto su pasión profesional desarmando computadoras, diseñando ropa o tocando un instrumento, precisamente en su tiempo libre, y no estudiando o trabajando (de nuevo, no porque esté criticando eso). Yo, por ejemplo, he podido dedicarme a enseñar inglés, mi actual empleo, gracias al interés que los videojuegos me desarrollaron por esa lengua desde pequeño. El ocio es tiempo dedicado al entendimiento de nosotros mismos, nos conocemos más a nosotros cuando vemos una película y nos reímos de algo que los demás no ven, o nos quedamos callados mientras los demás gritan o lloran, y al darnos cuenta de eso, reconocemos ante qué clase de situaciones reaccionamos de una o de otra manera. Lo mismo sucede al ver un partido de futbol, al participar de una conversación de amigos en un café o al salir a estirarse al parque con la familia. El ocio nos hace mejores seres sociales, y mejores individuos, porque es parte de nuestra naturaleza, sencillamente no podríamos funcionar sin el descanso y el esparcimiento.
               Así que conviértanse en ociosos productivos, porque también puede desperdiciarse el tiempo para el ocio, pero eso es tema para otra entrada… de hecho no hablé de muchas cosas que traía en mente para  hoy, pero al menos eso me asegura no quedarme sin cosas que decir para el futuro. Pues a darle entonces, y a seguir descubriendo que en los Ocios de mi Padre también nos es necesario estar.

PD: Para más información sobre este tema, chequen este artículo, muy informativo ;D
Y entre otras cosas, quería citar y ahondar más en lo que el buen señor Michael Ende tiene que decir al respecto en Momo, pero esto ya se estaba alargando demasiado y tan maravilloso libro da para su propia entrada, si no es que para muchas más. Por mientras no hago más que recomendarlo amplísimamente.

lunes, 1 de agosto de 2011

En los Ocios de mi Padre #2 - Intelectualoidismo

Hace tiempo, una buena amiga, deslumbrante confección de belleza y humanidad, si vale la pena mencionarlo, me preguntó cuál es mi película favorita. Respondí, como he respondido a esa misma pregunta desde hace unos 4 años aproximadamente, que es Big Fish, de Tim Burton. Y aunque hablar sobre esa película en particular o sobre el tema de las obras favoritas de uno seguramente daría mucho (y lo dará en otra ocasión), lo que inspira esta nueva entrada de En los ocios de mi Padre es el comentario que me hizo inmediatamente después.
                Luego de haber deliberado un poco sobre la película, me dijo que ella habría pensado que, siendo yo tan apasionado, o neurótico, según sea el caso, de las diferentes formas de hacer cine, mi película favorita sería una de narrativa más compleja o de temas más alucinógenos, y no una de carácter más convencional que vanguardista. ¿Y quién podría juzgarla, cuando de hecho sí tiendo a ser bastante colérico con las carteleras insípidas de la mayoría de las salas de cine, o con las reuniones amigueras en las que me fuerzan a ver la última comedia de Adam Sandler? Pero finalmente, la conversación me llevó a pensar que de hecho, la mayoría de las personas ven al cine, y a muchas otras formas de arte y entretenimiento, a través de esa polaridad entre lo intelectual y lo meramente recreativo, visión a la que francamente hay que ir despidiendo a patadas en la retaguardia sin pedir permiso ni perdón.

Much needed, indeed.

                El cine, la música, la literatura, el teatro, e incluso los videojuegos, sin importar lo que ningún crítico especializado o comentarista mañanero diga al respecto, siempre son arte; desde la 9ª Sinfonía de Beethoven hasta Pocker Face, desde La Naranja Mecánica hasta American Pie, o desde el Quijote hasta Crepúsculo, todas éstas son obras de arte, en tanto constituyen una manifestación de un género artístico y son, hasta en el más barbárico de los casos, una forma de expresión creativa. Separar las obras “más comerciales” de las que son “más artísticas” no causa más que una sañosa separación elitista, los snobs intelectualoides que desprecian a los relajados intrascendentes, y aún los apegados a una visión del arte como entretenimiento desdeñan a los zánganos sobrepensantes que pretenden verlos como a los obreros de la colmena humana. Los primeros sólo se aíslan más y más de la comunidad a la que quisieran influenciar, y los segundos niegan el valor que apreciar y entender formas distintas a las convencionales les traería a todas las áreas de su vida; no porque dichas formas convencionales no puedan ser bastante buenas en sí mismas.
                Luego está también el problema de que, bien vista, ninguna obra establece por sí sola si debiera ser considerada intelectual o convencional. Tomemos por ejemplo, el infame caso del muy mal llamado Cine de Arte. Seguramente, al entrar a su típico Bluckbuster alguna típica tarde de típico fin de semana peliculero, se percatan de que ciertas películas medianamente conocidas se encuentra catalogadas bajo la sección de Cine de Arte, en lugar de estar en la sección de Drama o Comedia. Quizá se les pasó la euforia que fueron las dos partes de Kill Bill, y hasta entonces no habían tenido algún sábado libre para ponerse al corriente. Las buscan y rebuscan por cada una de las portadas en los estantes de Acción junto a sus clásicos Duro de Matar y las 357 partes de Rápido y Furioso (perdón si me equivoco en la cifra, pero es que dejé de contar después de que la tercera no tenía el número 3 escrito por ninguna parte). Fastidiados, llaman al alguno de los profesionales asesores cinematográficos con los que cada Bluckbuster debe contar para que les diga en dónde están esas dos películas, y ¡sorpresa!, resulta que se encuentran catalogadas como Cine de Arte. "¡Qué! ¿Que no se tratan sobre una chica sexy en traje de carreras amarillo cortando la cabeza de cuanto hombre, mujer y colegiala japonesa se le ponga en frente? ¿Qué están haciendo junto al Séptimo Sello, La Dolce Vita, Annie Hal y todas esas porquerías que jamás he tenido la intención de ver?" La respuesta que al menos a mí me indica la razón más probable es que Kill Bill es una película de Quentin Tarantino, un afamado director del también llamado Cine de Autor, y si una película la dirigió alguien como Tarantino, ¡pues seguramente es una película de arte!
                Como pueden ver, separar las obras artísticas de las comerciales simplemente no tiene ningún propósito, tanto por la razón ya explicada de que toda obra artística es una obra de arte (Duh!), como por el hecho de que no existe ningún parámetro específico para identificar unas de la otras. ¿Sabían que la primera parte de La saga de Crepúsculo, la película del mismo nombre, fue considerada Cine de Arte casi hasta antes de que se estrenara la segunda, sólo por estar basada en un novela y ser de bajo presupuesto? Y quién puede decir que películas como 300, o libros como 100 años de soledad, que han sido siempre indudables éxitos de ventas, dejan de ser obras intelectuales porque han sido capaces de acaparar la atención de la mayoría del público. O que casos como las serie del Señor de los Anillos, que son, primordialmente, películas comercializadas como entretenimiento de consumo, no son obras modelo de la cinematografía contemporánea.
                Yo mismo, como el despotricado intelectualoide que a veces puedo a ser, y como cualquier aficionado al cine checoslovaco o a la poesía fonológica vanguardista, estoy seguro de que un mundo en el que todos los cines proyecten sólo tratados filosóficos y experimentos visuales o narrativos no sería un mundo feliz, y de que todos necesitan eventualmente un programa de televisión sin ninguna pretensión mayor que desconectar todo lazo con la realidad al menos unos 20 minutos. Puedo asegurarles que yo disfruto igualmente un éxito de taquilla veraniego (de los buenos, por supuesto) que de algún viaje psicotrópico de Kubrick o Fellini, y que de igual manera, nadie debería abstenerse de una o de otra, por ninguna razón.

Si les gusta cómo va desarrollándose este asunto, por favor comenten sus opiniones sobre las entradas y sobre los temas, y propongan nuevos temas para nuevas entradas. Incluso si tienen algún documento pertinente a nuestros tópicos colgado en la red y lo quieren compartir, siéntanse en la libertad de incluir el link en su comentario. Mientras tanto, nos estaremos leyendo próximamente.

PD: Ayer vi Captain America: Freakin’ awesome!