Prefacio
No me disculparé más; aunque pensándolo bien, entradas a razón mensual no parecen demasiado terribles. Los dejo pues con la de noviembre.
Descorche de taquilla
Tenemos todos que aceptar que la mayoría de las veces en que algo nos parece ridículo e irrelevante es más bien por ignorancia, o al menos por indiferencia, que por obra del buen juicio. Un ejemplo: pocas cosas me parecen tan apabullantemente ridículas como la cata de vinos; no el gusto por los buenos vinos, o la capacidad de diferenciar un buen vino de uno malo. Me refiero al ritual catatónico de la degustación de vinos, en las que he escuchado descripciones como “audaz” o “atrevido” ¡Cómo diablos va a ser audaz un vino! Sin mencionar que la mayoría de las personas que he observado descifrando cosechas y regiones con la nariz se conforma, a mi recatado parecer, por petulantes ricachones.
No obstante, admito abiertamente que este punto de vista no lo baso en argumentos clínicos ni filosóficos; simplemente nunca me ha parecido interesante o relevante esta práctica, como no me interesan tampoco las carreras de caballos o los resultados de los certámenes internacionales de belleza (sólo los resultados; el proceso no me es del todo indiferente). Pero seguramente si contara con algo de conocimiento en las áreas que componen estas disciplinas o estuviera de alguna manera involucrado en ellas, me resultarían bastante más dignas de interés; habría, por ejemplo, agregado al listado anterior el mundo de las tendencias en moda, pero The Devil wears Prada me proporcionó una perspectiva similar a la que no he experimentado con el resto de las materias mencionadas.
Mmm... quizá algo así avivaría un poco el interés.
Traigo el tema a discusión en esta su columna de cine, porque hay una práctica en la cultura cinéfila que, me parece, recibe este tipo de trato de parte de la mayoría: la crítica de cine. Como se ha hecho notar con anterioridad, el espectador común no regula en ninguna medida mayor a su gusto por un actor o un género las películas que ve cada vez que acude al cine, llegando al punto de presentarse en la taquilla sin haber pensado siquiera cuál quiere ver. No juzgaré (de nuevo) esta actitud, incluso le daré el beneficio de asumir, momentáneamente, que el cine tiene como principal función entretener y alejarnos de la vida cotidiana. Pero aún si lo único que se requiere es un relajante periodo de desmentalización, nunca está de más un poco de información previa sobre lo que vamos a ver; después de todo, uno no va al peluquero sin pensar antes si quiere sólo un despunte o una revolución total de look, ni decide entrar a un restaurante italiano y luego se pregunta por qué no hay sushi en el menú.
Y aún con todo lo anterior, el grueso de la población decide ignorar, si no menospreciar, la opinión de la crítica especializada, creyendo que es un montón de ultraderechistas del cine, o de presuntuosos sabelotodos que no se conforman si cada película no es exactamente como la esperan; y aunque admito que por desgracia hay demasiados habladores que refuerzan este molde, una actitud más sensata sería creer que seguramente saben más del tema que la mayoría, y que su perspectiva, más informada que la propia, debería ser tomada en cuenta. Sí, los catadores de vino son unos engreídos cuya mayor preocupación será decidir en cuál ojo se pondrán el monóculo cada noche, pero seguramente saben mucho más de vino que yo, que en realidad no tolero las menores concentraciones de alcohol, y si por alguna razón me encuentro con una copa que ellos hayan recomendado, tendré un punto de partida para pensar que un sorbo de ella será considerablemente mejor que el vino empacado en TetraPack.
Además, la imagen del crítico huraño pasado de peso por tanto estar sentado y por tanto quejarse de cada película que no es una emulación íntegra de Citizen Kane se ha convertido en un paradigma ya casi falto de todo valor. Para el verdadero bien de toda la comunidad, la crítica cinematográfica ha migrado de la postura ultraconservadora a una que entiende que, de hecho, la función del cine no es únicamente entretener, sino entender distintos círculos sociales, distintas formas de pensamiento, distintas estéticas y culturas a las que distintas películas se dirigen o de las cuales se expresan. Existen perspectivas críticas que entienden los puntos dignos de valoración tanto del cine de autor como de los filmes de grindhouse¸ de los festivales internacionales como de los maratones de clásicos de la ciencia ficción. La crítica entiende a los diferentes públicos y las películas que apelan a cada uno, precisamente porque dicha crítica mana del conocimiento que se ha colectado con el tiempo en cada uno de estos nichos; y las más inteligentes y visionarias deshacen incluso estas últimas líneas, encontrando los puntos de comparación entre las propuestas más aparentemente disímiles. La crítica, la buena crítica, que hay que aprender a reconocer, enriquece la experiencia de todos los espectadores, tanto de los que no dejan de perseguir cada corte en la edición, como la de los que no recuerdan bien el nombre del actor principal.
Por mi parte, la próxima vez que brinde con un Marqués de Griñón 1999 (que no será demasiado pronto, de cualquier manera) y lo disfrute, pensaré que si me resulta más estructurado y potente en la boca que uno más aromático y sutil, sabré a quien agradecerle la experiencia.
Más estructurado… ¡qué diantres!