Ficciones de vida
“Una vez más, la realidad supera a la ficción” cita el célebre juicio popular, hablando de noticias que perturban la cotidianidad: avionazos presidenciales (o secretariales, al menos), terremotos bíblicos, eras glaciales contemporáneas y demás escenarios que ya antes se han planteado en las múltiples disciplinas del imaginario, cine, TV, y por supuesto, literatura.
Cómo negarlo. La verdad es que este es un mundo, y un México, sin duda, revolucionado constantemente por el avance tecnológico, las disputas ideológicas y las nuevas realidades sociales; poco vale en estos días preocuparse por situaciones ajenas a una realidad que, por otro lado, merece nuestra perpetua atención, no sea y se nos escape de las manos. Paradójicamente, el estado todavía, aunque siempre cambiante, de posmodernidad en el que se desenvuelve nuestra civilización tiende en gran medida a ocuparse del aislamiento mental que proporcionan las actividades de recreación como las que se mencionaron –siendo la lectura siempre el último lugar del maratón, por desgracia.
Pero no es esta recreación –esta ociosidad, si se quiere– un medio como la catarsis griega para la liberación del espíritu, o un espacio para el ejercicio crítico ni el análisis; es en cambio un abismo de alienación en el que las conciencias colectiva e individual se dejan perder por unas horas al día, un antifaz de falsedad que permite olvidarse por completo del hipercambiante plano de lo tangible, de lo que conduce y trastoca nuestras andanzas insomnes.
¡Pero esto es el absoluto opuesto de la ficción! La ficción es precisamente el entendimiento de la realidad, la apropiación del entorno a través de un análisis estético y de una transportación racional y emocional de experiencias reales. Conforme al cliché, la poesía –y por extensión la literatura y el arte en general— transmiten sentimientos, de la misma manera que transmiten ideales, perspectivas, realidades enteras. ¿Son falsos estos sentimientos y estas ideas? ¿Son las experiencias vividas en libro o una película propias del lector o el espectador? Caray, ¿son experiencias si quiera?
Por supuesto. Toda experiencia de la realidad sufrida (o gozada) a través de la ficción es en efecto una experiencia de vida. Podemos llamarnos tan expertos en navegación trasatlántica como el más condecorado capitán de marina si hemos leído tantas novelas de corsarios y exploradores como veces aquél haya atravesado el océano. ¿Son iguales las experiencias presenciales (por no diferenciarlas como reales) a las ficticias? Definitivamente no; de hecho, ni siquiera son esencialmente similares, pero las diferencias que las delimitan en ningún momento convierten a la ficción en experiencias falsas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario