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domingo, 15 de septiembre de 2013

En los ocios de mi padre #11- Su reflexión patriótica ocasional

Aunque pudiera percibirse lo contrario, usar de excusa fechas conmemorativas para voltear la atención a uno u otro tema me parece de la más natural y saludable, precisamente porque la fecha le da la relevancia necesaria para que quienes no le prestarían atención en otro momento, de perdida se quejen de lo trillado que es hablar de la Navidad en Navidad o de amor en san Valentín (yo mismo me encargo de dirigir la acometida quejumbrosa en este último). Por eso me parece más que apropiado escribir algo sobre el Día de la Independencia de México que se celebra el 15 y el 16 de septiembre; así es, dos días, porque se vale, y si no, le piden una explicación a don Porfirio Díaz.
                Lo que me gustaría llamar a la reflexión con esta bonita excusa es a considerar nuestra propia opinión acerca de la realidad histórica y social que no has tocado vivir, la cual, estaremos todos de acuerdo, no es ni la mejor ni la idónea. Está más que claro que nuestra situación demanda opinión y participación inteligente, que no vale seguir la corriente de protocolos oficiales como si todo estuviera color de rosa (mexicano, por supuesto). Sin embargo, una malsana y amargada postura pesimista que cree que no hay ninguna razón para celebrar en nuestro país no vale por participación, señoras y señores; bájenle a su berrinche, por favor.
                En el último año de mi vida profesional y personal (que, les adelanto, es una y la misma, y así es para todos, por más que lo nieguen) me he dedicado a estudiar la importancia de la historia como conocimiento y realidad en nuestra vida diaria, en la manera en que vemos todo lo que nos rodea. No lo digo como presunción (o al menos, no nada más por eso) sino como preámbulo que me ha llevado a pensar sobre lo que nos hace a todos, en general, y a cada uno, en lo individual, miembros de una comunidad, parte de un pueblo y a reconocernos como mexicanos. Y siendo mexicanos, damas y demás, con todo lo que eso implica, me parece que hay muchísimo que celebrar.
                La historia no es únicamente la sucesión de hechos en el tiempo que nos ha traído hasta este punto. La historia no es la culpable de que lo que está mal en la sociedad permanezca así; lo explica, sin duda, pero ello no es razón para desdeñarla, no es justificación para decir que Hidalgo fue un embustero y egoísta, o que Juárez fue un machista empedernido, y que, por lo tanto, necesitamos deshacernos de esas “falsas ideologías históricas”. Ahora, tampoco estoy afirmando lo contrario; permítanme elaborar.
                No únicamente lo que consideramos malo o injusto de nuestra realidad está ligado con nuestra historia; TODO está ligado con nuestra historia, lo que valoramos, lo que consideramos mexicano, lo que creemos que vale la pena rescatar precisamente de ese fango terrible de la injusticia, la corrupción y el mal gobierno. Tan importante es para los tamales, el mariachi y el tequila que Iturbide haya sido su Alteza Imperial del Primer Imperio Mexicano como que luego se haya “elegido” (no fue así de simple, claro, pero había otras opciones) un gobierno republicano, que, nos guste o no, es lo que más o menos tenemos el día de hoy. Lo que somos ahora, lo que quisiéramos ver libre de la opresión política actual, es fruto de esa historia que nos liga a todos, que nos da identidad, y que representa, a pesar de todo, la esperanza de lo que queremos ver logrado en el futuro.

                Así que, ¡Viva México!, porque si lo dejamos de desear, de gritarlo a todo pulmón, como emblema nacional, vivir es justamente lo que no va a hacer. ¡Viva!

martes, 16 de julio de 2013

En los ocios de mi padre #10 - Mitos de la lectura


A pesar de los muchísimos (y desgraciadamente cercanos a la realidad) índices que muestran lo poco que se lee en nuestra sociedad, un simple chapuzón facebookero como el que muchos acostumbramos darnos diariamente da abundante cuenta de que la lectura se ha convertido en una actividad bastante chick y buena onda, como lo son también tomar café y andar en bicicleta. Quizá no estemos en medio de un considerable auge de la comunidad lectora, pero sí en el de la intercomunicación de distintos intereses con el que cualquier miembro de las sociorredes se pude identificar e interactuar con quienes los compartan. Por supuesto, esta nueva (bueno, ni tanto, bien que estamos todos enterados) exposición pública de la lectura como actividad propia de una identidad particular le es bastante provechosa a esta cultura falta de individuos pensantes, críticos objetivos y con un criterio sanamente desarrollado, características todas ellas de quienes disfrutamos e invertimos tiempo en esta empresa tan magnífica que es la lectura.
                ¡Y que se la creen! ¿De veras piensan que tanto facebookeo y tuiteo (ocasionalmente un poquitín de tumblereo, por qué no) de frases de Benedetti y caricaturas de princesitas abrazando libros es el anuncio del Segundo Renacimiento? ¡Pues claro que no! Eso sucederá cuando se desarrolle la primera inteligencia artificial; pero ésa es otra historia. No piensen, por favor, que condenaré aquí implacablemente tan superficiales costumbres; como dije antes, compartir por estos medios el gusto por la lectura es únicamente benéfico para la misma, si bien algo viciado por el carácter insubstancial de las tendencias en las redes sociales. Seguramente todos los promotores culturales hasta antes del siglo XXI se dan de topes contra la pared al contemplar lo que logra la misma comunidad a través de estos medios que múltiples programas institucionales simplemente no pudieron. Pero entre tantas bondades se filtran algunos mitos que permean aún la concepción de la actividad lectora, que pese a quien le pese, mantiene a muchos alejados de esta bonita práctica. Has llegado al fin, querido lector y lectora, al meollo de esta entrada.
                Dediquémonos, pues, a enumerar y disipar algunos de estos mitos de la lectura, no necesariamente auspiciados por editorial alegre, vívida o jacarandosa alguna:
               
1. Leer te vuelve automática e irrevocablemente una mejor persona. Quizá el mito más ampliamente difundido entre la mayoría es que los lectores (definamos bien el término: personas que acostumbran dedicar tiempo de su rutina a leer libros impresos, lo digital todavía no cuenta, y a invertir dinero, que cualquier otro gastaría en el cine o en el antro, en adquirir dichos libros) son mejores personas.
No se entienda que los lectores ayudan siempre a las ancianitas a cruzar las calles, sino que simplemente saben más, entienden más y hablan más (a esto último no le falta argumentación, la verdad), por lo que se desarrollan de mejor manera en el entorno social. Lo peor es que éste es un mito de dos sentidos. Muchos lectores se creen todo eso y discriminan prejuiciosamente a quienes no completan los requisitos de esta descripción.
Lo cierto es que el solo acto de leer no vuelve a sus ejecutores en todos unos emblemas de la decencia, el juicio y el buen gusto. Charles Manson, el famoso asesino que creía que el apocalipsis consistía en que los negros se quedarían sin modelos de conducta humana después de asesinar a todos los blancos, cuya profecía descubrió en la letra de “Helter Skelter” de los Beatles, era ávido lector de textos sagrados hebreos y musulmanes, los cuales se sabía al dedillo. Por el contrario, es perfectamente posible que un no-lector tenga un criterio ampliamente desarrollado, pues la información y el rendimiento intelectual provienen de la experiencia de vida misma, no de actividades específicas. Ver películas o tener conversaciones es tan importante para nuestro criterio como leer un libro, lo que cuenta es cómo se aprovecha la información adquirida.

2. Se debe leer al menos 20 minutos al día, 5 veces por semana y después de cada comida. Este mito se relaciona directamente con el anterior. Como para ser mejor individuo hay que leer, pues hay que proponerse y cumplir religiosamente una rutina de lectura. El tiempo recomendado por los especialistas de los reality shows mexicanos es de 20 minutos, pero hay que consultar al médico para que recete la dosis apropiada.
                Esto es claramente falso. No existen cuotas que cumplir cuando se trata de una actividad recreativa. La única regla sobre cuánto leer es la que cada quien encuentre durante su lectura. Si no leen un día, o varios, no se les va a colapsar la sinapsis ni les caerá la policía cultural. Se lee lo que se quiere, y lo que se pude, pues leer es un ejercicio de ocio. Para todo hay hora debajo del sol, dijo el sabio.

3. Si no va a acabar el libro, ni lo abra; leer es cosa de machos. Dicen por ahí que la disciplina es una virtud. Estoy completamente de acuerdo, pero la disciplina tiene que ver más con la voluntad que con la obligación, y no es obligación de nadie acabar todos los libros de los que lea más de la primera página. Así como es perfectamente aceptable salirse de una sala de cine porque la película nomás le escupe sandeces en la cara a la gente, también es posible cerrar un libro y dejarlo donde estaba (también hay que guardar un poquito el decoro) si de plano es una lectura que no motiva interés. Es mucho mejor terminar un solo libro del que queden ganas de retomarlo muchas veces, que muchos libros a los que jamás se quiera regresar.

4. Si no has leído el Quijote, estás intelectualmente incapacitado para leer cualquier otra cosa. Dijo Harlod Bloom, crítico y teórico literario de la segunda mitad del siglo XX, y tenía toda la boca llena de razón, que no hay tiempo suficiente en el mundo para leer todo lo que hay que leer; entonces se dio a la tarea de hacer una lista de los autores más importantes de la cultura occidental, desde el Renacimiento hasta el siglo pasado. La lista incluye únicamente 26 autores, empezando por Shakespeare, y por ahí alcanza a meter a Borges con calzador, pues el señor (todavía) es gringo y les dio preferencia a los escritores en su idioma. Queda claro que si uno quiere leer todo lo que hay que leer, pues con que se eche alguna obra de cada uno de los escritores de esta lista ya estará bien enterado de todo, y lo demás vendrá por añadidura. ¡Pero ay de aquél que ose saltarse a uno de estos grandes y prefiera seguir leyendo Los juegos del hambre, 1Q84 o el Hobbit, que está otra vez de temporada!
                Pues no señoras y señores. A menos que estén dedicándose a reafirmar o refutar las teorías de don Bloom, el único requisito que debe cumplir un libro para ser digno de su atención es que tengan ganas de leerlo. A mí, que sí me dedico a esto de la fantochada teórico-literaria, me preguntan regularmente qué libro les recomiendo o cómo deben seleccionar una obra cuando van a la librería. Después de un concienzudo trabajo metodológico, he desarrollado la siguiente técnica: 1) vaya usted a la librería de su preferencia, ya sea por cercanía o porque tenga barra de café; 2) recorra cuidadosamente los estantes y asegúrese de pasar por cada uno, sobre todo si están separados por género y tema; 3) si en cualquier momento se encuentra usted con un título, autor o portada que le llame la atención, tome el libro y lea la contraportada; si el libro cuenta con cejillas en las portadas con información extra, leerlas contribuirá a realizar una mejor elección; 4) finalmente, si tras leer toda la información anterior queda usted interesado en el resto del contenido, pase a la caja registradora para realizar la transacción pertinente, lleve el libro a un lugar cómodo con buena iluminación, y proceda a leerlo. Siguiendo estos sencillos pasos, podrá usted estar seguro o segura de que ha hecho una buena elección.

                Bien, hay muchos otros mitos que abordaré en otra ocasión, por ahora basta con estas consideraciones. La mejor recomendación es que simplemente lean lo que quieran, cuando quieran, y no se dejen influenciar, formen su propio criterio y defiendan sus intereses. Claro está que cambiar de opinión es parte importantísima de este proceso, por lo que no deben sentirse presionados ni defraudados cuando llegue a suceder, todo lo contrario.

                Nos veremos luego para otra sesión ociosa. Hasta la próxima.