A pesar de los muchísimos (y desgraciadamente cercanos a la realidad)
índices que muestran lo poco que se lee en nuestra sociedad, un simple chapuzón
facebookero como el que muchos acostumbramos darnos diariamente da abundante
cuenta de que la lectura se ha convertido en una actividad bastante chick y buena onda, como lo son también
tomar café y andar en bicicleta. Quizá no estemos en medio de un considerable
auge de la comunidad lectora, pero sí en el de la intercomunicación de distintos
intereses con el que cualquier miembro de las sociorredes se pude identificar e
interactuar con quienes los compartan. Por supuesto, esta nueva (bueno, ni
tanto, bien que estamos todos enterados) exposición pública de la lectura como
actividad propia de una identidad particular le es bastante provechosa a esta
cultura falta de individuos pensantes, críticos objetivos y con un criterio
sanamente desarrollado, características todas ellas de quienes disfrutamos e
invertimos tiempo en esta empresa tan magnífica que es la lectura.
¡Y que se la
creen! ¿De veras piensan que tanto facebookeo y tuiteo (ocasionalmente un
poquitín de tumblereo, por qué no) de frases de Benedetti y caricaturas de
princesitas abrazando libros es el anuncio del Segundo Renacimiento? ¡Pues
claro que no! Eso sucederá cuando se desarrolle la primera inteligencia
artificial; pero ésa es otra historia. No piensen, por favor, que condenaré
aquí implacablemente tan superficiales costumbres; como dije antes, compartir
por estos medios el gusto por la lectura es únicamente benéfico para la misma,
si bien algo viciado por el carácter insubstancial de las tendencias en las
redes sociales. Seguramente todos los promotores culturales hasta antes del siglo XXI se
dan de topes contra la pared al contemplar lo que logra la misma comunidad a
través de estos medios que múltiples programas institucionales simplemente no
pudieron. Pero entre tantas bondades se filtran algunos mitos que permean aún
la concepción de la actividad lectora, que pese a quien le pese, mantiene a
muchos alejados de esta bonita práctica. Has llegado al fin, querido lector y
lectora, al meollo de esta entrada.
Dediquémonos,
pues, a enumerar y disipar algunos de estos mitos de la lectura, no
necesariamente auspiciados por editorial alegre, vívida o jacarandosa alguna:
1. Leer te vuelve automática e
irrevocablemente una mejor persona. Quizá el mito más ampliamente difundido
entre la mayoría es que los lectores (definamos bien el término: personas que
acostumbran dedicar tiempo de su rutina a leer libros impresos, lo digital
todavía no cuenta, y a invertir dinero, que cualquier otro gastaría en el cine
o en el antro, en adquirir dichos libros) son mejores personas.
No se entienda que los lectores ayudan siempre a
las ancianitas a cruzar las calles, sino que simplemente saben más, entienden
más y hablan más (a esto último no le falta argumentación, la verdad), por lo
que se desarrollan de mejor manera en el entorno social. Lo peor es que éste es
un mito de dos sentidos. Muchos lectores se creen todo eso y discriminan
prejuiciosamente a quienes no completan los requisitos de esta descripción.
Lo cierto es que el solo acto de leer no vuelve a
sus ejecutores en todos unos emblemas de la decencia, el juicio y el buen
gusto. Charles Manson, el famoso asesino que creía que el apocalipsis consistía
en que los negros se quedarían sin modelos de conducta humana después de
asesinar a todos los blancos, cuya profecía descubrió en la letra de “Helter Skelter” de los Beatles, era
ávido lector de textos sagrados hebreos y musulmanes, los cuales se sabía al
dedillo. Por el contrario, es perfectamente posible que un no-lector tenga un
criterio ampliamente desarrollado, pues la información y el rendimiento
intelectual provienen de la experiencia de vida misma, no de actividades
específicas. Ver películas o tener conversaciones es tan importante para
nuestro criterio como leer un libro, lo que cuenta es cómo se aprovecha la
información adquirida.
2. Se debe leer al menos 20
minutos al día, 5 veces por semana y después de cada comida. Este mito se
relaciona directamente con el anterior. Como para ser mejor individuo hay que
leer, pues hay que proponerse y cumplir religiosamente una rutina de lectura.
El tiempo recomendado por los especialistas de los reality shows mexicanos es
de 20 minutos, pero hay que consultar al médico para que recete la
dosis apropiada.
Esto es
claramente falso. No existen cuotas que cumplir cuando se trata de una
actividad recreativa. La única regla sobre cuánto leer es la que cada quien encuentre
durante su lectura. Si no leen un día, o varios, no se les va a colapsar la
sinapsis ni les caerá la policía cultural. Se lee lo que se quiere, y lo que
se pude, pues leer es un ejercicio de ocio. Para todo hay hora debajo del sol, dijo el sabio.
3. Si no va a acabar el libro,
ni lo abra; leer es cosa de machos. Dicen por ahí que la disciplina es una
virtud. Estoy completamente de acuerdo, pero la disciplina tiene que ver más
con la voluntad que con la obligación, y no es obligación de nadie acabar todos
los libros de los que lea más de la primera página. Así como es perfectamente
aceptable salirse de una sala de cine porque la película nomás le escupe
sandeces en la cara a la gente, también es posible cerrar un libro y dejarlo
donde estaba (también hay que guardar un poquito el decoro) si de plano es una
lectura que no motiva interés. Es mucho mejor terminar un solo libro del que
queden ganas de retomarlo muchas veces, que muchos libros a los que jamás se
quiera regresar.
4. Si no has leído el Quijote,
estás intelectualmente incapacitado para leer cualquier otra cosa. Dijo
Harlod Bloom, crítico y teórico literario de la segunda mitad del siglo XX, y
tenía toda la boca llena de razón, que no hay tiempo suficiente en el mundo para
leer todo lo que hay que leer; entonces se dio a la tarea de hacer una lista de
los autores más importantes de la cultura occidental, desde el Renacimiento
hasta el siglo pasado. La lista incluye únicamente 26 autores, empezando por
Shakespeare, y por ahí alcanza a meter a Borges con calzador, pues el señor
(todavía) es gringo y les dio preferencia a los escritores en su idioma. Queda
claro que si uno quiere leer todo lo que hay que leer, pues con que se
eche alguna obra de cada uno de los escritores de esta lista ya estará bien
enterado de todo, y lo demás vendrá por añadidura. ¡Pero ay de aquél que ose
saltarse a uno de estos grandes y prefiera seguir leyendo Los juegos del
hambre, 1Q84 o el Hobbit, que está otra vez de temporada!
Pues no señoras y
señores. A menos que estén dedicándose a reafirmar o refutar las teorías de don
Bloom, el único requisito que debe cumplir un libro para ser digno de su
atención es que tengan ganas de leerlo. A mí, que sí me dedico a esto de la
fantochada teórico-literaria, me preguntan regularmente qué libro les
recomiendo o cómo deben seleccionar una obra cuando van a la librería. Después
de un concienzudo trabajo metodológico, he desarrollado la siguiente técnica:
1) vaya usted a la librería de su preferencia, ya sea por cercanía o porque
tenga barra de café; 2) recorra cuidadosamente los estantes y asegúrese de
pasar por cada uno, sobre todo si están separados por género y tema; 3) si en
cualquier momento se encuentra usted con un título, autor o portada que le
llame la atención, tome el libro y lea la contraportada; si el libro cuenta con
cejillas en las portadas con información extra, leerlas contribuirá a realizar
una mejor elección; 4) finalmente, si tras leer toda la información anterior
queda usted interesado en el resto del contenido, pase a la caja registradora
para realizar la transacción pertinente, lleve el libro a un lugar cómodo con
buena iluminación, y proceda a leerlo. Siguiendo estos sencillos pasos, podrá
usted estar seguro o segura de que ha hecho una buena elección.
Bien, hay muchos otros mitos que abordaré en otra ocasión, por ahora basta con estas
consideraciones. La mejor recomendación es que simplemente lean lo que quieran,
cuando quieran, y no se dejen influenciar, formen su propio criterio y
defiendan sus intereses. Claro está que cambiar de opinión es parte
importantísima de este proceso, por lo que no deben sentirse presionados ni
defraudados cuando llegue a suceder, todo lo contrario.
Nos veremos luego
para otra sesión ociosa. Hasta la próxima.